Las primeras señales de la
entrada de la pandemia en
fase fifí venían de un lugar
alejado, del tercer mundo, y tal vez
por eso no le prestamos suficiente
atención. Se trataba de Irán.
El 25 febrero el viceministro de
Salud iraní dio una conferencia de
prensa para calmar las inquietudes
sobre el coronavirus. Mientras
hablaba era evidente que se
limpiaba el sudor y tenía tos. Horas
después transmitió un video, en
bata de hospital, diciendo que
estaba infectado.
Dos días más tarde se supo
que la vicepresidenta iraní para
Asuntos de la Mujer y la Familia
había presentado síntomas en una
reunión del Consejo de Ministros
y se puso en cuarentena. Poco
después supimos que por lo menos
24 miembros del Parlamento
resultaron positivos. Otros enfermos
son el vicepresidente del país y
los ministros de cultura y el de
industria. Han muerto varios altos
funcionarios del gobierno y de la
guardia nacional.
Irán oculta la información, pero
es evidente que el golpe a la elite
política es mayúsculo. Sabemos
que no reaccionaron a tiempo y de
manera contundente; pero esa no es
toda la película.
En los Estados Unidos por lo
menos tres senadores republicanos
y un demócrata, así como el jefe de
personal de la Casa Blanca, recién
nombrado por el presidente Trump
entraron en cuarentena voluntaria
por 14 días tras haber saludado de
mano a alguien que posteriormente
resultó positivo.
Un importante representante
norteamericano, Nadler, propuso
que cada quien se fuera a su casa
dado el riesgo de permanecer
juntos. Pero Nancy Pelosi, la
líder indiscutible dijo “somos los
capitanes del barco, los últimos en
abandonarlo”.
Resulta que el secretario de
Prensa de Jair Bolsonaro, presidente
de Brasil, dio positivo a la prueba
del coronavirus. Este secretario
de prensa y el propio Bolsonaro
acababan de regresar de un
encuentro con el presidente de los
Estados Unidos, Donald Trump, y
existe la posibilidad de que haya
sido en esa visita que se contagió el
primero. Bolsonaro dijo que se hizo
la prueba y salió negativo; es decir
que no está enfermo. El presidente
Trump se niega a hacerse la prueba.
El caso es que el virus, al igual
que con funcionarios en Irán se
ensaña en los líderes políticos
norteamericanos. Pero no
únicamente.
La señora Trudeau, esposa del
primer ministro de Canadá tiene
la enfermedad; tanto ella como el
primer ministro se encuentran ahora
en cuarentena.
La ministra española para
la Igualdad, dio positivo y se
colocó en cuarentena con su
pareja, el vicepresidente segundo
del gobierno español. La reina
Letizia había saludado de beso a
la ministra; así que, por si acaso,
los reyes se hicieron la prueba
y resultaron negativos. Pero de
cualquier modo la reina suspendió
todas sus actividades y se encuentra
en observación.
También decidieron recluirse los
presidentes de Portugal y el de la
Eurocámara.
El mundo del deporte se está
cimbrando por el contagio. Notables
deportistas de equipos de futbol
de España, Italia y Alemania han
dado positivo y en algunos casos
todo el conjunto se ve obligado al
aislamiento.
Ah, y no olvidemos a uno de mis
actores preferidos, Tom Hanks,
que con su esposa son enfermos
confirmados.
Es evidente que todos estos
personajes de alto nivel, lo
más granado de las elites del
planeta, se están contagiando
mucho más que los demás. Y no
se contagian por sus contactos
con los ciudadanos de a pie. Se
contagian entre ellos mismos; en
este momento son las mayores
víctimas, y también los principales
difusores de la pandemia.
Es el caso del presidente de la
Bolsa Mexicana de Valores, Jaime
Ruiz Sacristán que no fue a la
Convención Nacional Bancaria que
acaba de tener lugar en Acapulco
porque tiene el coronavirus;
tampoco fue, por alguna poderosa
razón el director general de la
Bolsa, Oriol Bosch.
Por mi parte si hubiera tenido
que elegir entre ir a la Convención
Bancaria o subirme al metro de la
Ciudad de México, lo segundo sería
lo más saludable. No me cabe duda
de que, entre la elite financiera,
muy viajadora, algunos hayan
regresado en los últimos días de
los Estados Unidos, o de Europa
donde tuvieron encuentros de alto
nivel. Entre ellos se encuentra el
riesgo mayor.
En este contexto se explica
la muy dura, pero racional
prohibición de la entrada de
vuelos procedentes de Europa a
los Estados Unidos. Lo mismo hace
Turquía y son ya muchos los países
que están restringiendo vuelos y
tomando medidas asociadas.
En América Latina, Perú detuvo
la entrada de vuelos procedentes
de Asia y Europa. Bolivia prohibió
las conexiones a Europa.
Argentina suspenderá a partir
del martes 17 de marzo los vuelos
desde China, Corea del Sur, Japón,
Irán, Europa y hasta desde los
Estados Unidos. Solo podrán
operar vuelos de la compañía
nacional, Aerolíneas Argentinas,
con el propósito de repatriar a sus
ciudadanos. Además, todos los que
lleguen de países con epidemia
tendrán que pasar por un periodo
de 14 días de cuarentena.
Las suspensiones de vuelos
internacionales muestran que
estos países ya entendieron que
el coronavirus viaja en jet. Es así
que se esparció por todo el planeta
y ahora parece preferir primera
clase.
Frente al coronavirus hay
mucho que hacer y hay múltiples
ejemplos. En otros países se
habilitan hoteles para facilitar la
cuarentena de sospechosos; en
Estados Unidos la guardia nacional
reparte alimentos a los hogares en
cuarentena; hay diversas maneras
de facilitar el aislamiento.
Lo verdaderamente urgente en
México es suspender los vuelos, o
poner en cuarentena a los viajeros
internacionales provenientes de
países con el virus. Tal vez si les
digo a mis amigos de la 4T que
se trata de un contagio fifí tomen
alguna de esas precauciones.