Era una chava sola. Aparte de mi, no iba o venía alguien que pudiese verla en el momento en que yo la miraba. Y ella, ignorando que yo la miraba, le agregaba más soledad todavía.
Venía cruzando la plaza y luego caminó pegada a la malla ciclónica que protege a tres desgarrados columpios, por la pequeña explanada, viendo las hojas amarillas que jugaban entre ellas.
Vi que venía a cosa de 70 metros de mi, lo cual implica el uso de mis lentes para miopes, así que lo primero que vi fue borroso, después cuando me los puse vi que era una chica muy linda, antes pasó entre ambos una pelota verde y atrás de la pelota un jugador como de 60 años, simulando una carrera, un cierre de su vida tras de ella, luego se dio vuelta como un jugador de primera división y observó el terreno de juego, cuidó que todos lo vieran aunque no hubiese nadie como en un estadio vacío, retrasó un poco el partido, lo hace más lento como dicen los clásicos ante la desesperación del público inexistente, luego da el pase y pide que se la devuelvan de nuevo.
Mientras la chica se acerca a mi, él no la mira, pues ella aparece sola y se acerca de nuevo peligrosamente a mi existencia. Vi cuando venía de lejos, pero ahora estaba más cerca que nunca.
Luego del asombro que me causó su existencia, las múltiples imágenes cayeron sobre de ella desde mi imaginación. Pudiera ser que la mujer fuese a esperar el novio y que estuviera husmeando por ahí en la plaza mientras se sentaba en una banca con el tipo de plaza que esta. Y que el novio en otro día, en otra plaza, hubiese equivocado el nombre de la plaza y la fecha.
Pudiera ser que la muchacha sola se hubiera enojado con sus padres y se haya salido de su casa intempestivamente, habría recogido algo de ropa y allí en su mochila rosa, que carga sin dificultad en la espalda, trae también algo qué comer.
Podría ser que recién casada haya abandonado al marido y ahora los andan buscando a los dos quienes los casaron y aquellos que ahora quieren divorciarlos.
Podría ser que alguien la haya corrido de casa, no sé quién, un hermano con quién vive, un padre gacho, un amigo infame.
Podría ser que siendo de otra ciudad no tuviera a dónde ir o que siendo de esta ciudad anduviera buscando un sitio dónde hospedarse y que la ciudad amable tan sólo esperara que ella preguntara para enseñarle un lugar, una cama cómoda, una casa con coche a la puerta.
Podría ser que no buscara nada, que simplemente más de rato la vea en una banca que ella estaba buscando. La vea sacar el libro de un autor tranquilo, pausada, de mientras espera a alguien que tal vez no sea yo.
Ahora que se acerca, sus ojos me miran peligrosamente Inquietos y yo ahora los miró a ellos y trató de preguntar y saber antes algo. Que me hablen. Y busco en mi memoria, en la vista, en lo que escucho otras palabras, lo que estaba viendo hace rato, lo que estaba pensando. Y sé que ella pudiese tener otras opciones más que acercarse a esta parte donde ya está muy cerca de preguntarme algo.
Puede venir huyendo de alguien, huyendo de sí misma. Ya ve usted que en la constante uno persigue y lo siguen. Puede uno estar quieto un rato y de pronto ves al personaje que te mueve, estiras la mano.
Ella viene hacia acá, hacia donde yo estoy como un resorte, como el bateador designado, como si la hubiese llamado o la estuviera jalando con un hilo y no es cierto, pero puedo observar ahora su rostro con más claridad y debo reconocer de nuevo que es mucho más guapa de lo que me pude imaginar.
Ahora que ya esté más cerca y que tenga ella la oportunidad y yo también, de que ella y yo estemos aquí, y de que ella sea realmente cierta y yo también, y más allá de la contradicción del coronavirus y de la ficción, desde esta pequeña realidad quisiera darle un abrazo. Pero antes, por si ocurriese o no algún percance, un accidente bendito que me haga caer en sus labios, quiero agradecer su paso por esta vida, por esta crónica para una muchacha bonita antes de la epidemia.
HASTA PRONTO.