Según declaró Alicia Bárcena,
la estupenda mexicana que
dirige la Comisión Económica
para la América Latina y el Caribe
– CEPAL-, el Covid-19 tendrá un
efecto devastador en la economía
mundial incluyendo, obviamente, a
los países de América Latina. El año
pasado el estancamiento económico
predominó en toda la gran región
y este año será peor. Aquí conviene
recordar que algunas proyecciones
sobre el comportamiento de México
nos asignan una caída de hasta el 4
por ciento de la producción.
Siguiendo a la señora Bárcena,
el número de pobres en América
Latina subiría de 185 a 220 millones
de personas y el de personas en
pobreza extrema, es decir miseria
y hambre, podría aumentar de 67.4
a 90 millones. Importa recordar
que México tiene una cantidad
desproporcionada de la población
en condiciones de subalimentación,
alrededor de 25 millones de
habitantes de acuerdo al Coneval.
Varios factores lo explican nuestro
modelo de crecimiento empobreció
más a los mexicanos que al resto de
los latinoamericanos; los salarios son
bastante menores y para ganarlo se
tienen que trabajar más horas. Otros
países redujeron notablemente su
población en la indigencia mediante
transferencias sociales en la primera
década de este siglo. Aquí se invitó
a Lula, el presidente de Brasil que
redujo fuertemente la indigencia
de aquel país a inaugurar nuestra
supuesta cruzada contra el hambre;
una farsa que terminó en fracaso
en buena medida por su manejo
corrupto.
Enfrentaremos la pandemia con
un sistema de salud debilitado al que
en lugar de inyectarle recursos se le
abandonó para, en cambio, pagarles seguros y hospitalización privados
a una minoría de funcionarios.
Tenemos, además, una población
mal nutrida y obesa, con alta
proporción de enfermedades crónico
degenerativas.
El planeta no está preparado
para combatir la pandemia. Ni en
su estructura hospitalaria, ni en
cuanto a redes de seguridad social
que cubran al total de su población.
Todo apunta a que el ramalazo será
terrible. Pero soy optimista. No en
cuanto al ramalazo, sino a que esta
crisis será la lápida del neoliberalismo
en sus peores expresiones. La gota
que derrame el vaso de un modelo
mundial fracasado por la inequidad
extrema que ha generado y la manera
en que nos ha colocado en enorme
fragilidad sanitaria, financiera,
productiva, ambiental.
Otros países en contra de sus
convicciones neoliberales se ven
obligados ante una población ya muy
descontenta a tomar medidas a su
favor. En el mundo industrializado se
generalizan los bonos extraordinarios
a toda la población para que pueda
atenuar la caída de ingresos; en
algunos se suspende el pago de
impuestos para los trabajadores,
y también el cobro del agua, gas,
electricidad y alquileres.En Francia Macron, su presidente,
promete que ninguna empresa
francesa quebrará y no se perderán
los empleos. En Estados Unidos
ese gran país que no cuenta con
un sistema de salud pública tendrá
que atender gratuitamente, aunque
no les guste a los republicanos, a la
población sin seguro médico.
Aquí en México es inevitable que
suban las voces que exigen un Estado
fuerte, y no el gobierno enano que nos
heredaron décadas de privatizaciones,
achicamiento y privilegios fiscales a
los extremadamente ricos. Ya existe
la vocación por los pobres; ahora
habrá que cobrarles a los ricos una
contribución justa. Por lo menos a los
mismos niveles de impuestos de la
gran mayoría de países.
Habrá que derrumbar el mito de
que un Estado fuerte, conductor de
la economía, es incompatible con
un sector privado vigoroso. China lo
demuestra; en ese país comunista las
empresas privadas y los muy ricos han
prosperado sobremanera. Nuestra
historia también lo demuestra; en el
periodo de alto crecimiento del siglo
pasado teníamos un Estado fuerte,
con un gran entramado de empresas
públicas que regulaban la economía, y
en esas décadas creció como nunca el
sector privado.En Francia Macron, su presidente,
promete que ninguna empresa
francesa quebrará y no se perderán
los empleos. En Estados Unidos
ese gran país que no cuenta con
un sistema de salud pública tendrá
que atender gratuitamente, aunque
no les guste a los republicanos, a la
población sin seguro médico.
Aquí en México es inevitable que
suban las voces que exigen un Estado
fuerte, y no el gobierno enano que nos
heredaron décadas de privatizaciones,
achicamiento y privilegios fiscales a
los extremadamente ricos. Ya existe
la vocación por los pobres; ahora
habrá que cobrarles a los ricos una
contribución justa. Por lo menos a los
mismos niveles de impuestos de la
gran mayoría de países.
Habrá que derrumbar el mito de
que un Estado fuerte, conductor de
la economía, es incompatible con
un sector privado vigoroso. China lo
demuestra; en ese país comunista las
empresas privadas y los muy ricos han
prosperado sobremanera. Nuestra
historia también lo demuestra; en el
periodo de alto crecimiento del siglo
pasado teníamos un Estado fuerte,
con un gran entramado de empresas
públicas que regulaban la economía, y
en esas décadas creció como nunca el
sector privado.