Sembrados en este encierro involuntario, producimos pensamientos nostálgicos entre quienes estamos acostumbrados a andar por las calles. La memoria es entonces imprescindible, y a cada momento riega los recuerdos de aquellos a quienes extrañamos.
La memoria de corto, mediano o largo plazo, en un juego de abalorios, a veces en un dato, otras veces un objeto, una persona, una fecha, o una circunstancia, nos traen la calle y sus banquetas mojadas llenas de gente por la calle Hidalgo.
Hay personas que se conocen desde niños, pero nunca se han sabido sus nombres. Desde niños usaron lentes y ahora ya viejos con canas te los encuentras y te dan ganas de saludarlos, todavía con los lentes del niño frente al espejo. Aunque nunca hayas entablado una charla con ellos, vienen a la memoria en el tránsito citadino de esta historia.
Hay un relato de Mario Benedetti durante su exilio que habla de estas geografías que luego olvidamos cuando nos apartamos de ellas. La memoria, no siempre contundente, nos lleva por los caminos donde podemos andar entre la gente.
No todos recordamos al vendedor de tamales acá por Soriana verde. Tal vez ahí esté soportando estoicamente, por la necesidad, este virus, eso no lo sé. Trato de adivinarlo. Recuerdo al último vendedor de raspas que estuvo en el estadio. Al último fotógrafo público instalado en la plaza Hidalgo.
Tal vez se recuerde a un alcalde cruzando a caballo el centro comercial. Los tacos de bistec y al pastor que venden en el 12 Hidalgo. Los “trolelotes” del 10, por la misma calle.
Seguramente usted alguna vez miró a un hombre moreno metido adentro de la tierra arreglando un cable subterráneo. Lo vendedores de tiempo aire, los de las telefonías móviles. Los vendedores de chicles, dulces y periódicos de la plaza San Marcos. La larga fila de los pensionados afuera del banco. Hay personas que en vez de irse derecho se meten a un cajero.
Todo mundo sabe que hay épocas a 40° en Ciudad Victoria, en que las grandes tiendas se llenan de gente por el aire acondicionado.
Adentro de las casas se recuerdan las geografías mínimas de los cumpleaños, los rincones que, viéndolos bien, hace mucho tiempo nadie veía y ahora parecen extraños.
Se recuerdan los Tianguis del 22 Hidalgo, el de la Unidad Modelo, el tianguis de La Paz, el de la Colonia Libertad, el de la López Mateos, el de las viviendas populares y ahí las migadas Hilda, y ya si no los tacos del Paisa. Es un viaje al presente cuando te da hambre mientras buscamos adentro de la alacena y comemos eso y lo que recordamos.
Hay piedras en la memoria con las que tropezamos, está el dedo hinchado y la señora que vio he hizo como que no había visto. Nadie se rió, fue la imaginación. Pero nos quedamos con eso.
Uno no escoge los recuerdos porque en eso consiste el olvido. Uno va sustituyendo lo que le conviene para ser el héroe invencible que todos conocen, para que no sepan de nuestras derrotas, las golizas que no olvidaste en el campo de la Revolución verde. Y quizás nadie avisó que ese campo ya no existe, pero existe ahora en este encierro que hace la ciudad más grande, y por lo vacía, pareciera que cabemos muchos más de los que cabíamos.
Se extraña el camino que lleva al paseo Méndez por el 17. Los adultos mayores en un ejercicio constante y de jóvenes sonrientes. Se extraña los gritos y juegos fugaces de la raza de la prepa y de la UAT bajando la loma. El padre con un hijo en la puerta que no hizo la tarea, diciendo cosas por dentro. El vendedor de Bon Ice, los mangos regados en la banqueta del 14 Juárez.
Había raza que se juntaban en una esquina. Ahí estarán cuando salga, dejaron su marca de agua en el árbol, el sueño de la morrita que aman.
Es como si la ciudad se hubiese metido a su casa con sus geografías y sus océanos, con sus melodías tercas circulando en los altavoces de los carros. Con el timbre extraño del celular qué le timbra una señora que ahora es tu señora.
El juego de abalorios consiste en buscar la ciudad entre dulces que escondiste abajo de la cama. Es el encierro, el delirio de afuera que nos habla y al mismo tiempo nos irá necesitando. Es esperar que la ciudad ingenua y triste esté tal y como la dejamos. Y sin querer extrañamos al dinosaurio.
HASTA PRONTO.