“Durante la ocupación de esa pequeña patria, tu casa, tu choza, vil cueva de maleante, o como le llames; encuentras un espacio de aburrimiento de este lado de la ventana por donde hoy pasa la vida”
Hay muchas cosas qué hacer además de atender la información por el Coronavirus y desde que te levantas comienzas a realizarlas. Más allá de apretar y aflojar una tuerca, lavar la ropa y enjuagarla, te das cuenta que la casa es una empresa durante el aislamiento.
Durante la ocupación de esa pequeña patria, tu casa, tu choza, vil cueva de maleante, o como le llames; encuentras un espacio de aburrimiento de este lado de la ventana por donde hoy pasa la vida.
Encuentras los espacios en blanco y tus ojos buscan inquietos. Por todas partes conviertes el hogar en un gran libro que escribes y otro que vas leyendo.
Hábido de lecturas, topas con la letra impresa. Hay etiquetas que mencionan el nombre de las cosas, los instructivos para usarlas, también letras sueltas que alguien despilfarró en versiones ocultas bajo la mesa, atrás de un mueble, en el baño mismo, en el tatuaje de una piel cercana, un corazón de crayola con un «te quiero» temblando en cuadernos de un autor misterioso. Y de repente: Qué bueno, existen los libros y quienes los escriben.
Entonces desde un principio limas asperezas del camino que te lleva a las formas de vida, planteadas desde la lectura de un libro arrancado de tu biblioteca efímera.
Leer el espacio más o menos rápido, en voz baja, en voz alta, tiene sus diferencias, hay especialidades. El sitio en el que te sientas a leer los libros también aporta sus peculiaridades a la forma de entenderlos. Habrá quieres busquen leer en la comodidad, otros leerán en el desparpajo de las hojas quebradizas.
Pese a todo, el libro te sumerge en su mundo. Deliberadamente, recomendados o no, cada quien escoge los libros que va leyendo, pues además sería difícil atender todas las recomendaciones hechas con tan buenas intenciones.
Hay libros para todos los gustos:
Libros que se leen de un tajo, o aquellos que se destasan. Libros que se arrancan de los cabellos, de los dueños. Libros que habías soñado. Libros que se doblan y acurrucan en brazos de otros. Libros buenos y malos como los seres humanos, rabiosos y tranquilos, sagrados y profanos.
Cada vez hay más libros en esta torre de Babel. Cada ideología tiene los suyos. Cada manera de pensar se explica en libros. Se ama y se escribe un libro aunque nada más lo lea quien lo escribe o a quien está dedicado.
En México, como en todos los países, se han escrito demasiados libros. Todos, hasta los prescindibles son necesarios, aunque sean como un ejemplo de lo que es y no debió de haber sido.
La Biblia es el primer libro que se publicó en este océano. No el primero que se escribió. Siendo el más leído, es con mucho también el más vendido. En cada casa hay una biblia leída por los transeúntes que van de una habitación a otra.
Luego, a partir de Don Quijote de la Mancha, el más enorme libro escrito en castellano, comienza la confusión y la profusa iluminación que encandila la publicación de millares de libros. Yo digo que todos son un solo libro, pero hay que buscarlo leyendo, como la vida, como el camino incierto, sin un propósito. Muchos libros leerás y otros irás desleyendo.
Es con el ritmo, con las confidencias y las coincidencias que personalmente eliges los libros. Sólo entonces lees realmente, no importa dónde ni en cuál momento: en la tranquilidad del bosque que es un rincón hogareño de tu mundo, en una gran fiesta de chiquillos veloces saltando en los muebles, en lo que alguien busca en el vacío de la alacena, en medio de la guerra contra el aburrimiento, los haces tuyos… y los escribes de nuevo.
HASTA PRONTO.