“Comienza el día su guerra fría en un saludo tranquilo, el sol es un beso candente, comienzo a abrazarte, a escribirte sin prisas, sin miedos, sin descanso. Vamos por las calles imaginadas, al parecer no hay nadie, hay pájaros cómplices en los cables y en todos lados”
“Ya no te amo”, le dijo Juan a Juana. “Si te amara estuviera contigo todo el tiempo. Si te amara crecieras adentro, no de modo lateral en mi cuerpo. Estoy muy gordo y amplio. Si te amara escribiría esto y cosas peores que esta. Decir que amas es peligroso, a veces duele hasta la muela del juicio. Ya no te amo, pero tal vez te amo”.
Sí, pero eso le decía Juan a su mujer ahora durante el aislamiento. Se lo hubiera dicho antes, de haberlo sabido.
“No te amo correctamente en el espacio, ni recio, ni me esfuerzo, no te amo, no hago algo por no amarte, simplemente no te amo. Ya no te amo de tanto amarte”.
Esto último tenía como cinco años tratando de decírselo, y eso que lo había dicho antes un tal Neruda, pero no estaba seguro si también de otra manera lo dijo el maestro Sabines, total qué va saber uno que no es poeta.
Siendo casa de ambos, debido al CVID-19 habían vuelto de nuevo a sentarse juntos, sin otro propósito más que hablar de cosas serias, situaciones cotidianas sin mucha importancia que antes, unas horas antes, o tal vez desde que se casaron no se habían dicho.
Con cada uno trabajando por su lado, durante el día eran esporádicas las visitas a su propia casa. No habían visto el sol que entrara con ese intensidad en primavera, ni habían escuchado el pájaro acostumbrado a cantarle a la ventana de la casa llena de ausencias en la mañana.
Juan la vio en el patio tendiendo ropa y sintió ternura. La vio entrar y salir por la puerta tracera y acomodar un hilo suelto a la tela mosquitera para dejar fuera de la jugada al único zancudo del dengue que podría picarles. Interesante. Pensó Juan, en lo que buscaba hacer algo que compensará el esfuerzo de Juana, a la altura de la circunstancia.
Ambos eran ingenieros. Se habían conocido desde primero y desde entonces les importaba poco, les había valido madre que él se llamara Juan y ella Juana.
Sentado ahí donde estaba, mirándola, Juan pensó si en realidad era un inútil ahí en la casa, mientras a ella hacedosa, trabajando, no se le veían las manos.
Para ella no era extraño, era lo que todos los días hacía. No porque quisiera que Juan la viera. Nadie lo haría por ella. En principio eso causaba confusión, pero después se fueron acostumbrando. Ella a cambio de eso le veía ceder graciosamente en otras cosas como quedarse callado o no protestar por la sopa que no se volvió a preparar en casa.
“Ya siéntate” le dijo, pero ella no lo escuchó aunque lo oyó claramente. Ella quería terminar y sentarse al lado de él, decirle ahora que estaban juntos lo mucho que lo extrañó, viéndolo sin ver, durante esa larga ausencia.
No eran desconocidos, se habían visto muchas veces antes de quedarse dormidos. Así que él aguardó a que ella concluyera de acomodar el trozo de malla mosquitera para balbucircir lo que tenía que decirle antes de que se le olvidará.
Decidió cantarle un tiro como si acabase de conocerla. “A ver si jala”, se dijo por dentro, y empezó su perorata que para él fue un poema, según le dijo después a ella:
“En la puerta sacas la luz que apago, me acercas a los milagros, en la piel, por encima de óleo transparentas mi escencia, el cuadro de la sala hace mucho por mi vista miope, luego la pintura saca un pequeño arco iris de tu alma que escucha y te toca para saber de qué lado vino el sueño, en qué barco, en cuál mundo musical te amo.
Te doy la luna que me dieron los árboles en medio de las ramas, antes de las canciones. Tengo la luna y tengo mucho de tus ojos y en mi boca, en una corriente de aire respiro desde tus besos.
Comienza el día su guerra fría en un saludo tranquilo, el sol es un beso candente, comienzo a abrazarte, a escribirte sin prisas, sin miedos, sin descanso. Vamos por las calles imaginadas, al parecer no hay nadie, hay pájaros cómplices en los cables y en todos lados.
No hay nadie que pueda vernos antes de besarnos o que disponga el párpado previo de ambos cuando quiero decir que te amo, andas en el aire después de las sonrisa en los armagedónes de los matorrales, andas en el aire, en la presión atmosférica superior a nosotros.
Tus labios me besan por meses en los escaparates, en marionetas, en tendederos ajenos donde siempre se ponen los brazos de algo como volver a nacer abajo del techo de las casas más bonitas.
Cada verso es tuyo mi vida, es como una bebida en el fondo de tus palabras, tren siempre fiel a la vida, viento que entra por la ventana de una gran casa.
Te amo sí ninguna necesidad de amar, fuera de toda circunstancia. Nada qué ver con el momento, de repente te amo, totalmente te amo, porque me acabo de dar cuenta, te amo porque no lo sabía, porque ni siquiera sabía amar de esta manera, porque he amado de muchas formas tú sabes. Y ahora más te amo, me siento muy extraño y quiero cuidarte, que no haga nada, quedarme tranquilo y que esté tranquila completamente tranquila”.
Entonces, ella soltó lo que tenía en sus manos y le dijo seriamente, viendole los ojos con deliberadas ternura: “si me amas tanto, si realmente me amas…ponte a lavar los trastes”.
Luego Juan quiso decir algo pero no pudo, como hacía todos los días, buscó de nuevo a Sabines, pero encontró el jabón dónde lo había dejado y se alegró de que el jabón que no era Zote, ni detergente, hiciera chingos de espuma.
HASTA PRONTO.