Apareces en las imágenes que la memoria imprimió en los objetos que observaste; en el riachuelo que evade el tubo de la soledad es una pequeña fuga de humo rumbo a la calle.
En la estela del breve pasado donde dejaste una palabra, encuentro tu voz y la guardo.
Apareces ausencia sin nombre como si adentro de mí vivieras, como si te hubiese tragado entera sin masticarte y ahora en mi células tomaras el alimento adecuado de mis preferencias.
Por eso siempre tienes algo que decirme que sólo yo escucho. Aunque tampoco hay nadie, no es voz realmente, es un latido desde donde me hablas, por eso haces temblar la casa.
Estamos juntos y lejos. Qué propiedad para decir somos una presencia metafísica, para eso es el cruce de mis manos. Mis dedos se enlazan para apretarte.
Para sujetar tu silueta en el vago silencio de tu pelo liso y llano, voy a amasarte con la masa de las tortillas, haré un almuerzo repitiendo, harina, aceite vegetal, un poco de sal sobre la mesa alegre de saberte viva, lúcida, y de todas las maneras posibles presente.
Nadie preguntará por ti cuando me vean sonreír. Creerán en mis ojos que te vieron en la luz, emanada desde la lámpara encendida en la esquina del cuarto.
Haré un precipicio para que no te vayas y pondré lagartos ahora que has venido robándome los días de la cuarentena con sus noches iluminadas de luna.
Haré un brebaje en tus labios pintados de rojo, bajaré en una nube de algodón para limpiar un poco el sobrante de un beso largamente acumulado y valiente.
Acércate al perfume de este instante, a la somnolencia. Acércate despacio y escucha cómo se extinge el silencio en los muros del viento. Y cuando camines en la puerta de mis brazos, haz un espacio para mis aves fugitivas, una bahía para los sueños. Yo haré un cofre, un espacio reflejado para guardar los besos.
Tu sonrisa es agua de manantial, es canción nueva alrededor de una sirena. Tu sonrisa es el arenque de tu voz cuando estalla en peces de colores.
La tarde viene a vernos con su sol apaciguado en las ramas de las sombras del cristal del próximo aire, viene a tu cabello, al azúcar de tus labios en el café de la esquina.
Yo soy tu modo de mirar. Soy el par de ojos que giran en un canto de mirlo. En tus labios tiernos amanece, eres el cáliz de la flor que veo todo el tiempo desdoblar en la orilla del monte alto.
La tormenta cesa donde no llueve, qué lindos son tus ojos extraños, ven por los míos en la almohada de la sombra de mis párpados, he sobrevivido buscándote entre lo que queda del mar y mi pie izquierdo.
Uno escribe que lo miran tus ojos y llueve. Nace una nueva palabra y he revelado para siempre la fuerza de mi camisa, la noche y la luz infiltrada desde un papalote de Luna. He visto cómo sales por el oriente, yo también fui un palpitar y en cada una de tus ansias revelé que conozco los ojos vistos en el aire, en el cuello de mi canto.
Toda la tarde son campanas, vestidos que yacen sobre el suelo. Parecida al sol pero en su vuelo, la tarde es un aposento de amor, una pócima, una espiral en la cintura de tu ternura. Es de tarde. En tu ausencia me vuelvo loco, comienzo a decir te quiero, cerca de las cortinas donde puedo ver el cielo.
Apenas amanece y te encuentro esquina, resguardo de mi ropa, raíz, bolsas de mandado. Despierto y te quedaste en las palabras que ahora digo, vas a casa, por mi rumbo vienes de aquí mismo.
Viajas encima de una cobija, debajo cruza el tren de mi cuerpo por una vía láctea, inventada a propósito de la noche exprés de una sola mirada.
No soy quien esto escribe, sólo aprovecho el momento leve sin ti, para decirlo con tus palabras.
HASTA PRONTO.