Uno entre todos levantó la mano y dijo: yo voy. Cuando nadie quería. Muchos ni siquiera deseaban estar en ese sitio a esa hora, querían estar en una playa de vacaciones descansando.
Antes de ahora era complicado pensarlo, pero por increíble que esto pareciera, uno entre todos levantó la mano y todos lo miraron. Buscaban mirarlo, veían su calzado, casi descalzo el tipejo, buscando su mirada perdida sin encontrarla, esperaban que nadie levantará la mano. Pero ahí estaba ese aguafiestas.
El que levantó la mano estaba en los asientos de atrás, de modo que muchos de adelante batallaron para ubicarlo, hasta que dieron con quien no miraba sino a uno de los cuatro sujetos de negro que estaban en la mesa que presidía el evento.
Para hacer llegar al salón a este pequeño grupo, ya desde la convocatoria había sido difícil extraerlos de donde los sacaron.
Con el poder suficiente, esta vez los organizadores requerían de seres como los que aparecían ahí, descoloridos y con los pelos parados de punta. Dispuestos, aunque a veces eran distraídos y locos.
Cuando el elegido levantó la mano, se dio cuenta que era el único y no como lo había pensado durante los días en que estuvo esperando este momento.
Se dijo por dentro: “yo, el que tiene menos merecimientos, por loco, por rebelde, por arrastrarme en el pavimento, por agarrar parejo, por no fijarme, por torpe, ni competencia tengo. Tal vez los otros no querían venir y yo fui el único, pero ya estoy aquí, a lo mejor alguien tiene otros datos y no me lo ha dicho y esto va a reventar muy rápido. Se va a poner muy bueno”, y acabó de decirse.
Los organizadores se pusieron de pie con una carpeta en las manos y empezaron a leer el instructivo con el código de conducta que el señor, que había levantado la mano, ahora también de pie, escuchaba con atención aunque no entendía ni madres.
Claro, los interlocutores eran dos polos opuestos a pesar de que estaban del mismo lado. Ellos, unos académicos, letrados, podrían exponer con bastante confusión cualquier detalle técnico y de ese modo hablar un lenguaje explicablemente inexplicable para el mundo.
“Venga, pase aquí con nosotros”, le dijeron con amabilidad. Un gordo güero de ojos azules, sin lentes, como para distinguirse de los otros tres ahí en la mesa, le hizo la clásica señal de que viniera, con la clásica seguridad de que vendría, y esperó un momento.
Para ese entonces el que había levantado la mano ya estaba distraído, como tantas veces en uno de sus distrimientos favoritos, en el no hacer caso de cuando se le habla. Se ha vuelto una sombra rebelde. Quería salir del cuarto, pero era imposible, lo tragó la vorágine de su ansiedad que lo había acompañado durante el insomnio.
La imaginación enfermiza del insomnio lo había hecho delirar como si estuviera en una pesadilla, por eso se vio de repente por las calles vacías de un día frío de primavera del año 2019. Con el viento, había recorrido entre los pastizales buscando lo inhallable, había encontrado aquí a una persona y más allá a otra.
Sudoroso, había soñado que no había nadie, pues todos estaban escondidos como si tuvieran miedo, pero como el hubiera no existe, pensó si de veras tendrían miedo, ya que para él comenzaba a ser habitual andar sin compañía, aunque, ilusionado, se dijo de nuevo que la encontraría.
Eso lo mantenía despierto en la ambigüedad de ser bueno y ser malo, “pos esto si que está culero”, porque pensó, “ojalá y el mundo no existiera”, y al mismo tiempo quería que todos vivieran.
Fue cuando oyó que le hablaban y se apersonó en la mesa. Le dieron un instructivo que no leyó y salió corriendo con una hamburguesa desprevenida de sobre la mesa.
Mientras cruzaba el pasto que separaba aquel laboratorio de la calle, y ya en ella, nuestro enemigo el Coronavirus, según él nombre hallado en una carpeta, se sintió libre de hacer lo que quisiera. De lejos escuchó una tos y sonrió. Mientras corría, un rumor le hizo saber que un ejército de batas blancas lo andaba buscando.
HASTA PRONTO.