El encierro impuesto por la
pandemia ha provocado una parálisis productiva y una importante disminución del consumo. Tal
situación empeora en mucho lo que ya
era una tendencia a la reducción del
dinamismo en la economía mundial.
En el reporte sobre la perspectiva de la
economía mundial de enero de 2020
el Banco Mundial anticipaba otro año
de bajo crecimiento económico y una
economía frágil.
El distanciamiento entre la mayor
productividad y el rezago de la capacidad de compra de la población hacía
que de manera creciente las empresas
enfrentaran el problema de cómo
vender su mayor producción a una población sin más dinero en el bolsillo y a
gobiernos pobretones. Vender es algo
de la mayor importancia que el sector
empresarial procura remediar evitando
en lo posible lo que más le disgusta;
elevar salarios y pagar impuestos.
La solución ha sido que la población y los gobiernos se endeuden, para
lo cual “generosamente” los grandes
conglomerados están dispuestos a
prestar, sistema bancario mediante, sus
enormes ganancias.
Hacia 2019 la deuda global, pública
y privada, llegó a ser de 255 billones de
dólares, el 322 por ciento de la producción (el Producto Interno Bruto, PIB),
del mundo y un 40 por ciento superior
a la que existía en 2008. No solo se
elevó la deuda de los gobiernos, sino la
de los particulares, sobre todo la de las
clases medias de los países industrializados. La deuda de los hogares norteamericanos alcanzó el 75 por ciento del
PIB de su país.
Muchos correlacionan crisis económica y endeudamiento de manera
incorrecta; como si el crecimiento de
la deuda originara la crisis. No es así;
durante un tiempo el endeudamiento
mitiga y pospone la crisis al generar
una demanda extra que hace funcionar
la producción.
Una deuda global de 322 por ciento
del producto mundial, o una deuda de
los hogares norteamericanos del 75 por
ciento del producto de su país significa
en el fondo un enorme consumo adelantado de gobiernos y particulares.
Los hogares de clase media se endeudan porque los bancos les ofrecen
crédito mientras que la producción
les ofrece bienes disponibles; algo que
a fin de cuentas conviene tanto a las
empresas que venden, a los bancos que
ganan al prestar y a los consumidores
que pueden comprar bienes y servicios
que necesitan, o simplemente desean.
Un arreglo aparentemente conveniente
para todos y que les evita a las empresas tener que pagar más salarios, o
disminuir su producción porque no hay
poder de compra en los hogares.
Esto no es totalmente cierto en tanto
que el rezago salarial no es compensado enteramente por el endeudamiento
y este desequilibrio si les cuesta la vida
a muchas empresas. Pero el sistema
funciona procurando que las empresas
que quiebran por insuficiencia de la
demanda sean las “menos eficientes”;
es decir las de la periferia de la economía. Quiebran las empresas que no
cuentan con tecnologías de punta, las
medianas y pequeñas, las de los países
del tercer mundo.
La creciente disputa económica
entre los Estados Unidos y China era
y sigue siendo muy representativa
del conflicto de fondo: en qué países
y sectores se centrará la quiebra de
empresas.
Estos problemas crónicos de la economía mundial se han vuelto agudos
debido a la pandemia y a la parálisis de
la producción, desempleo y caída de
ingresos que ha provocado.
Frente a este problema en la gran
mayoría de los países la respuesta
inmediata es profundizar la solución
convencional: endeudamiento que
genere demanda.
Es esencial que los gobiernos puedan gastar en las respuestas inmediatas
a la pandemia; gastos en medicinas,
atención hospitalaria, equipos de
protección al personal médico y a la
población, distribución de alimentos y
consumo básico a la población que ya
era vulnerable y que ahora cae abruptamente en la pobreza.
Más adelante, para evitar en lo
posible que la parálisis se convierta
en permanente, lo fundamental es
preservar la capacidad de compra de la
población y los gobiernos. Lo que solo
se puede hacer mediante decisiones de
política pública; algo que ahora tanto
la población como el sector privado
exigen de sus gobiernos.
La estrategia de salida a la crisis pre
existente y agravada en la mayoría de
los países es un fuerte incremento del
gasto público. Pero esto depende de las
condiciones particulares de cada país;
es mucho más factible en países donde
sus gobiernos ya tenían un gasto público relativamente fuerte en relación
a su producto interno. Digamos países
con captaciones fiscales superiores
al 34 por ciento; cifra que menciono
por ser el promedio entre los países de
la OCDE, las mayores economías del
mundo. Muy distinto a países con baja
captación fiscal, digamos menores al
20 por ciento, o incluso considerados
paraísos fiscales; como México.
El endeudamiento posible no tiene
solo que ver con captación fiscal. En la
mayoría de los países industrializados
sus bancos centrales han adoptado
políticas de franca creación de dinero,
o flexibilización cuantitativa en el lenguaje especializado, en montos que están rompiendo todos los precedentes.
La estrategia general es que los bancos
centrales compren deuda pública o
privada, en manos de particulares, o
directamente a los gobiernos.
Hay distintas maneras en que los
bancos centrales inyectan dinero en las
economías. El financiamiento a los gobiernos permite que en algunos países
se distribuya dinero directamente a la
población como en Alemania, España,
Estados Unidos, Japón; o que estos gobiernos refuercen medidas sanitarias,
o rescaten empresas. Por otro lado,
la abundancia financiera generada
por la compra de deuda provoca una
abundancia de ganancias especulativas
que la hacen compatible, por ejemplo
en los Estados Unidos, a los grandes
capitales.
El banco central de China compra
directamente a los bancos privados la
deuda que han prestado a las pequeñas
empresas liberando su capacidad para
prestar más.
Prácticamente todo el mundo ha
entrado en una fase de endeudamiento
generador de demanda; algo esencial
para salir, ahora o más adelante, de
dos parálisis; la crónica que se venía
arrastrando y la aguda, provocada por
la pandemia.
Con lo cual llegamos a la gran
pregunta; ¿y después, que sigue? Lo
que sigue tendrá que ser la salida del
endeudamiento, y esto necesariamente
provocará una realineación económica
de gran magnitud dentro de cada país.
Para evitar caer en moratorias o
impagos que serían caóticos y muy
destructivos tendrán que generarse
condiciones de desendeudamiento que
no impacten el consumo, nada sería
peor que una austeridad suicida. Habrá
que avanzar en tres grandes vertientes:
un fuerte incremento de la captación
fiscal que no impacte a la mayoría;
otra es la mejora de los ingresos de la
población por vía salarial y de transferencias generalizadas; y por último
la vieja gran receta del desendeudamiento, tasas de interés por abajo de la
inflación.