La lucha contra la brutalidad policiaca
en los EE UU he tenido derivaciones
esperadas: la realineación de la
lucha contra el imperio desde dentro. En
Seattle, estado de Washington, una comunidad urbana logró reventar una estación
policiaca y obligo a los policías a abandonar la plaza. En esa zona se instaló la Zona
Autónoma de Capitol Hill, en una pequeña
área de seis manzanas y un parque. Los
grupos sociales quieren instalar una pequeña ciudad sin policías, a la manera de
las reservaciones indias sobrevivientes.
La furia del presidente Trump y su
amenaza de enviar al ejército fue contra
esa zona conocida, por sus siglas en inglés,
como CHAZ. Las autoridades municipales
y estatales son del Partido Demócrata y han
repudiado la amenaza de Trump, escalando un pequeño conflicto social de condado
a niveles nacionales por la posibilidad de
envío de fuerzas armadas.
Seattle es una de las zonas urbanas
más importantes de las protestas contra
la globalización, el neoliberalismo y ahora
la brutalidad policiaca. Ahí nació, en 1999
con la protesta que reventó la reunión de
la Organización Mundial de Comercio, el
movimiento altermundista, luego con ramificaciones en el Foro Social antineoliberal. Y la zona de Capitol Hill en Seattle está
dominada por grupos contraculturales y de
las comunidades sexuales diversas. Ahora
mismo están instalando pequeñas granjas
para sembrar alimentos.
Hasta ahora no se han visto indicios de
multiplicar este tipo de ocupaciones territoriales en otras partes del país y sólo se
recuerda el Movimiento Ocupa Wall Street
de 2011 en la zona de la bolsa de valores de
Nueva York, pero sólo en el parque Zuccoti
del bajo Manhattan, con desalojos constantes por parte de la policía porque se trata de
un parque público. Las protestas contra la
brutalidad policiaca en otras partes del país
se han quedado sólo en manifestaciones
violentas saqueos de tiendas y choques
contra la policía. Inclusive, el movimiento
de protesta carece de alguna agenda de
propuestas, salvo la de disminuir la brutalidad policiaca contra las minorías étnicas.
La agenda del movimiento CHAZ
es dispersa, pero toca puntos sensibles:
brutalidad policiaca, convertir el recinto de
policía cerrado en la zona de Capitol Hill en
un centro comunitario, apoyo a las familias
de las víctimas y no faltaron las exigencias
de impuestos a las grandes corporaciones
empresariales estadunidenses. Las autoridades federales han filtrado información
de que grupos del movimiento Antifa Antifascistas ya tomó el control de CHAZ, pero
sin evidencias concretas. En todo caso, los
datos podrían reventar contradicciones
internas entre grupos sociales y grupos
antisistema.
Las autoridades del condado reaccionaron demasiado rápido vaciando la
delegación de policía, porque fue tomada
por manifestantes. Ahora el gobierno del
condado quiere reabrirla y ha ofrecido sólo
ampliar el acceso por la puerta principal
para recibir quejas de ciudadanos en el
lobby, pero sin cederles el edificio para
servicio comunitario.
El escenario nacional revela secciones
de descomposición social y política por
enfilar las criticas al residente Trump en
su carrera por la reelección, cuando el
incidente contra Floyd fue realizado por
policías locales de gobiernos demócratas.
De todos modos, sea cual fuera el partido, en los EE UU existe el problema de la
brutalidad policiaca como mecanismo de
control social. La brutalidad se justifica,
en las oficinas policiacas, por la libertad
de posesión de armas de ciudadanos y
su uso contra las fuerzas de seguridad.
La violencia contra las policías viene de
manera creciente de organizaciones delictivas, aunque muchas veces las facturas las
pagan ciudadanos que nada tienen que ver
con la delincuencia y sólo se encontraban
en el lugar equivocado.
El caso Floyd, uno entre muchos del
pasado y uno entre muchos que vendrán,
forma parte del papel de los policías en EE
UU como perros guardianes del sistema capitalista –wachtdogs–, aunque el modelo
aplica también para sistemas comunistas
autoritarios y dictatoriales. Las comunidades raciales minoritarias –que sumadas
pronto serán mayoría– son las que menos
respetan las leyes porque no dependen
de la dinámica del capital. Los grupos
marginales del trabajo y del capital son los
que más delitos cometen y por ello existe
una escalada de violencia en el repudio a la
policía en operativos de registro y arresto.
Cada vez que existe algún suceso policiaco visible por su violencia, los aparatos
políticos del Estado salen a anunciar reformas y castigos; pero el policía que mató a
Floyd ya salió en libertad condicional porque fue homicidio no intencional y porque
la rodilla en la garganta para inmovilizar al
presunto delincuente está en los protocolos
de uso de la fuerza. La reforma policiaca
anunciada, que no llegará a formalizarse
de manera legal, promete quitar ésa y
otras formas de violencia legal que puedan
causar daño físico a las personas. En todo
caso, un experto en asuntos de seguridad
ha dicho que disminuir las formas físicas de
arrestos llevará al uso de armas de fuego. Y
ya se demostró que las pistolas eléctricas ya
no inmovilizan a las personas.
La forma y el fondo de la violencia
policiaca no va a llevar a avances sustanciales porque las policías funcionan como
aparatos de control social a través de la
violencia institucionalizada, porque los
delincuentes reales tienen ya armas de
fuego superiores a las de los policías y porque las leyes se han relajado para dejar en
libertad a presuntos delincuentes, además
de libertades condicionales crecientes para
vaciar cárceles. La violencia policiaca es la
violencia del Estado contra el ciudadano.
Por ahí habría que comenzar para encontrar una solución. Mientras tanto, seguirán
las ocupaciones ciudadanas de espacios
públicos, la violencia contra el pueblo y la
brutalidad policiaca