ESTADOS UNIDOS.-Hace poco más de dos semanas The Wall Street Journal publicó un artículo de opinión escrito por el vicepresidente Mike Pence titulado “There isn’t a Coronavirus ‘Second Wave’” (No hay una ‘segunda ola’ de coronavirus). Se suponía que el artículo debía tranquilizar a la nación.
En cambio, nos dio un claro ejemplo de los delirios y el pensamiento mágico que han marcado cada paso de la respuesta del gobierno de Donald Trump ante la COVID-19, y que han provocado un desastre político de dimensiones épicas.
Pongámoslo de esta manera: a estas alturas, según los funcionarios y los aduladores de Trump, se suponía que ahora estaríamos viendo a la pandemia desvanecerse y a la recuperación acelerarse. En cambio, tenemos una recuperación que se desvanece y una pandemia que se acelera.
Sobre la pandemia: el artículo de Pence declaraba con optimismo que “los casos se han estabilizado”, ya que el promedio diario de nuevos casos era de solo 20 mil. Sucede que, incluso esa cifra, era cinco veces mayor a la de la Unión Europea, que tiene un tercio más de habitantes que Estados Unidos. Sin embargo, desde entonces, los nuevos casos se han disparado y el 1° de julio llegaron a más de 50 mil según algunos registros.
De hecho, en este momento, Arizona, con 7 millones de habitantes, informa que tiene más o menos el mismo número de casos diarios que toda la Unión Europea, cuya población es de 446 millones.
Algunos seguidores de Trump siguen tratando de desestimar el aumento de casos alegando que es una ilusión creada por el hecho de que se realizan más pruebas. Pero no es así. Los casos han crecido mucho más que las pruebas. Las hospitalizaciones se han disparado en Arizona y Texas, que encabezan el nuevo auge; en ambos estados, los hospitales están en crisis (Florida, que probablemente está en la misma situación, no ha dado a conocer sus datos sobre hospitalizaciones).
La única noticia ligeramente buena es que las muertes por coronavirus siguen disminuyendo, en parte debido a que la nueva ola de infecciones está afectando a personas más jóvenes que la primera ola, en parte quizás porque los médicos han mejorado en cuanto al tratamiento de la enfermedad. Pero la COVID-19 puede ser debilitante y causar daños a largo plazo, aunque no mate.
Además, las muertes son un indicador con rezago. En Arizona, donde el marcado aumento de casos comenzó unas dos semanas antes que en el resto del Cinturón del Sol, las muertes están aumentando.
La cuestión es que el resurgimiento de la COVID-19 fue totalmente predecible… y se predijo. Cuando Donald Trump declaró que “transitaríamos a la grandeza” (es decir, nos apresuraríamos a reabrir la economía a pesar de una pandemia todavía rampante), los epidemiólogos advirtieron que esto podría desencadenar una nueva ola de infecciones. Tenían razón.
Asimismo, los economistas advirtieron que, si bien la relajación del distanciamiento social conduciría a un breve lapso de crecimiento del empleo, esos beneficios serían efímeros y que una reapertura prematura sería contraproducente incluso en términos económicos. También tenían razón.
No se dejen engañar por la gran cantidad de trabajos que aparecieron en el informe de empleo del 2 de julio, cifra que todavía es menor en casi 15 millones de puestos de trabajo desde febrero. El informe fue como una fotografía instantánea de la economía durante el “periodo de referencia”; en esencia, la segunda semana de junio. Así que nos dice lo que estaba sucediendo antes de que el aumento de la COVID-19 se hiciera evidente.
No tenemos datos oficiales de lo que ha sucedido desde entonces, pero diversos indicadores en tiempo real sugieren que la recuperación se ha estancado o incluso ha retrocedido. De hecho, las cosas comenzaron a desmoronarse incluso antes de que los estados comenzaran a revertir algunas de las estrategias que habían propuesto para reabrir. El miedo a infectarse hará que mucha gente evite salir, sin importar qué diga su gobernador.
Por ende, el desempleo, que sigue siendo de dos dígitos, tal vez no mejore por mucho tiempo.
Ahora bien, no hay una correspondencia unívoca entre los empleos y la propagación de la pandemia. Si todos hubiéramos usado cubrebocas y evitado políticas tontas como reabrir bares y permitir las reuniones multitudinarias en interiores, tal vez podríamos haber tenido ganancias sustanciales en el empleo sin infecciones. Pero no lo hicimos, en gran parte porque Trump y los gobernadores republicanos se negaron a tomar medidas sensatas (y en muchos casos impidieron que los alcaldes y otros funcionarios locales actuaran por su cuenta de manera sensata).
Tampoco podemos simplemente pulsar el botón de reinicio. Las actividades que podíamos haber reanudado con seguridad hace dos meses, cuando las tasas de infección eran bajas, no son seguras para continuar dada la prevalencia mucho más alta de COVID-19 en estos momentos. Es decir, estamos en peores condiciones, incluso en lo económico, de lo que habríamos estado si Trump y sus aliados hubieran tomado en serio la pandemia desde el principio.
CON INFORMACIÓN DE VANGUARDIA