Fumando espero a la mujer que quiero, pero también espero acabarme el cigarro para fumar otro con el mismo vuelo. Lentamente entonces el humo se dispersa y va apareciendo el espectro y luego el rostro arrepentido del fumador empedernido.
No hace muchos días que el fumador era un clásico como Arturo de Córdoba en la mujer del puerto, se le echaba estilo pues venía al caso. Decían los narradores que el sujeto aquel extrajo de su bolsa un pitillo y lo había encendido con un encendedor de oro, aunque fuese de plástico.
México era otro y los cigarros erande tabaco y no de rastrojo como los que ahora se fuman a escondidas del juicio ciudadano, que lo miran a uno como si hubiera matado a un vato. Y quién sabe, uno arroja el humo y el Covit anda vivo en la debilidad de los pulmones. Si dejas de fumar, comoquiera es tarde.
De cualquier manera el sujeto sacó el cigarro y vio para todos lados, es una costumbre de los fumadores antes de concentrarse en apretar suavemente el filtro con los labios y de extraer el humo negro y húmedo de los pulmones.
Los cigarros eran baratos y volteabas a los lados para invitar a los ahí presentes. Todos traían cigarros, aunque últimamente el fumador saca un cigarro y voltea para todos lados para saberse solo y lejos del puebo.
De un tiempo a la fecha la gente huye de los fumadores por múltiples razones y en todas las razones tiene razón la gente. Hay un mundo de no fumadores
que se reúnen y en un minuto aparece el grupo de fumadores que se quedan
afuera de los restaurantes.
Uno los ve llegar ahí donde hay otros fumando cerca de un gran cenicero
que hace unos minutos fue un macetero. Los funcionarios tenían quién fuera por lo cigarros en el organigrama de los departamentos.
No dudo que el presupuesto familiar con moche y todo estuviera destinado para pagar el trasciego de la tienda de la esquina a la cómoda oficina.
Te tardaste mucho, fui caminando, decía el muchacho asustado pero feliz de haber cumplido con su trabajo.
Con el tiempo, también sin él, las manos tenía las marcas de los cigarros en los dedos curvos y amarillas las uñas con los cigarros Delicados o Argentinos
sin filtro.
El humo servía de cortina como en la política. Una mujer que fumaba podía esconderse un rato, descansar, echarse un almuerzo y luego dar una bocanada de humo al espacio, donde otro que no fumaba le daba el golpazo.
Los cigarros Faros cuando salieron estaban envueltos en hoja de maíz como los tamales. Sin embargo el cigarro acompaña al hombre desde tiempos
inmemoriales.
Dicen que al primero que fumó la echaron agua pensando en un incendio, una conflagración linterna de bastante chile con huevo. Fuera de eso al segundo que fumó fue el primer curioso y el tercero fue quien pagó la cuenta cuando salieron de la taberna.
Los fumadores que se aprecian, que de verdad se quieran, deben tener un cigarro para cada ocasión más allá de una fiesta. Un cigarro para después de hacer el amor, un cigarro mientras espera en una esquina sentado en una piedra a quien después serán su depredadora.
Su cigarro después de un buen taco aunque sea de ojo, y hasta sin comer el sujeto.
Los cigarros traen ahora en la portada de la cajetilla la imagen de los pies de un muerto. Las imágenes de los daños internos que este mortal vicio causa en el cuerpo silencioso. No hay razones para fumar, nunca las hubo, pero hay momentos en que uno se siente solo sin un cigarro, sin mujer y sin un puerto.
Es cuando se antoja y no es película, por más parecido que tenga con Arturo de Córdoba. Cuando pasa alguien fumando, la sociedad prohibitiva, con justicia lo mira. Y claro, no hay que olvidar aquellos que salieron de casa por una caja de cigarros y no volvieron. Anda en Chihuahua decían, pero lo veían en la colonia Mainero.
HASTA PRONTO.