En la mesa digital de análisis “La agenda de La Crisis”, el columnista Roberto Vizcaíno planteó su enfoque sobre la función de Morena: esa organización no fue creada para ser un nuevo PRI, sino sólo para operar como la estructura electoral del 1 de julio de 2018 y sobre todo para coordinar la representación en casillas junto con el aparato electoral de la maestra Elba Esther Gordillo.
A partir de este planteamiento se puede construir una explicación política de Morena: como partido, Morena ya cumplió su función y estos dos años ha sido dejada a su propia suerte, a pesar de que el presidente de la república es también presidente con licencia del partido.
El verdadero partido político electoral de Palacio Nacional está en los superdelegados, una especie de estructura Pronasol de Carlos Salinas de Gortari que fue creada para sustituir al PRI como estructura social de poder.
En este contexto, Porfirio Muñoz Ledo quiere reconstruir el PRI que conoció en 1975 y 1976, en tanto que Mario Delgado busca sólo mantener el partido con respiración artificial.
Lo grave para los dos es que las candidaturas importantes para el 2021 ya fueron decididas en Palacio Nacional y Morena no tiene nada que hacer en esa fiesta.
Y como lo padeció de manera humillante Muños Ledo, la candidatura presidencial del 2024 será decidida por
el presiente de la república –como se decía antes– en la soledad de su despacho.
Lo que percibió López Obrador en las elecciones de 2006 y 2012 fue el fracaso del PRD como partido en la presencia en las casillas para vigilar el voto.
En esas dos fechas, la maestra Gordillo ya tenía un aparato electoral de unos 40 mil maestros en el país para controlar casillas y esa estructura operó a favor del candidato panista Felipe Calderón Hinojosa en el 2006, para Peña Nieto en el 2012 y como eje de Morena en el 2018.
Por eso Morena no cuenta para definir el proyecto de gobierno, para decidir candidaturas o para funcionar como partido del Estado-gobierno-presidente.
Y de ser posible, estaría condenado a desaparecer, porque al fin y al cabo el liderazgo personal de López Obrador le dar para redistribuir candidaturas en otros partidos.
El modelo de democracia directa popular pasa por la anulación de los partidos como estructuras oligárquicas de los dirigentes y su falta de funcionalidad real para representar a la sociedad