Seguramente el origen de los sombreros no fue un descubrimiento repentino sino un proceso. Primero fue la mano sobre la frente para cubrirnos el sol que encandila y quema si te quedas inmóvil.
Cuando sentíamos que la mano se quemaba la cambiamos por una hoja, que no de parra, debió ser una hoja de palma o de sollate, de plátano macho o una hoja de maple grande, hasta que le dió forma de modo que pudiera sostenerse a pesar del aire, encajar perfectamente, embonar como en una tapa de botella.
El sombrero tampoco vivió por sí mismo antes que nosotros. Se sincera hasta que lo tomamos en nuestras manos, lo calamos, lo ponemos de lado como venga o como vaya según el fulano.
Si nos cubrimos la cabeza fue por causa de la naturaleza del sol, la fuerza con que calienta el pelo como un comal. Días en que el pelo puede calentar una tortilla. El pelo sin embargo es un sombrero. A menos que no te salga el pelo, el pelo crece y hay que cortarlo. El pelo por lo pronto es sombrilla, cachucha, pañoleta, gorra y desde luego sombrero que sirve para hacerle sombra al cuerpo.
Hay sitios de mucho respeto donde uno se quita el sombrero con solemnidad y con cierta somnolencia, si todos se lo quitan te lo quitas, aunque no sabes por qué se lo quitan, luego ceremoniosamente todos con la seriedad del caso lo cogen de nuevo, le revisan quién sabe qué al forro por dentro y se le instalan como si una tuerca al tornillo.
El sombrero es aparte de vestido un viejo amigo del ser humano. De lejos nos distingue de otros animales cuando trotamos en ellos. Sirve para cubrirnos la cara de vergüenza, ya ha caídos en el suelo. El sombrero es un préstamo del viento que amenaza con llevárselo de nuevo, pero siempre hay quien lo persigue y lo atrapa cuando parece que el aire ya nos lo hizo de agua.
En México somos gente de sombrero, lo es el mundo. Los chinos tienen un sombrero cónico, los papás usan la catedral sobre el cabello, los cheffs o cocineros de cachéya todos son de cachéusan un bombón arrugado, los soldados usan casco duro como el concreto, los policías usan cachucha, los beisbolistas usan gorra y hay gorros de estambre, pelucas de Estambul, mallas ciclonicas para cubrirse del sol y protegerse la cabeza. Hay quienes en el pueblo tiene que ponerse el sombrero para que sus hijos lo reconozcan. El sombrero llega a ser parte del cuerpo que se pone y se quita cuando no sujeto se acuesta. Llegas a casa y encuentras un sombrero que no es tuyo y eso ya es otra cosa señora.
Si la realidad y la ficción fuesen al revés los sombreros hubieran inventado al hombre y nos veríamos bien colgados de una pared en un clavo, en un porta sombreros exprofeso, en una caja, en el sedoso cabello de una hermosa chica, pero los sombreros no nos hubieran inventado si no nos hubiesen necesitado para volar por los aires.
En la moda actual, en la alta costura, las casas de moda buscan un sombrero que vaya con los colores y con las formas, no con el sol que haga.
Con todo, el sombrero es el techo de la cabeza, a veces de paja otras veces de fieltro, palma o lámina, plástico, cobalto o de aluminio como bacinica.
El sombrero es una profesión para quien lo usa. No cualquiera. Por eso hay quienes no lo soportan, hasta que comienza a llover y se dan cuenta que también es paraguas.
El sombrero, ese compañero que parece más valioso cuando nos lo ponemos, también es muy importante cuando no lo quitamos, es una gran muestra de respeto que nos merecemos.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA