Eso de levantarse tarde es costumbre de algunos. En pocas ocasiones es prescripción médica quedarse hasta tarde parpadeando, viendo cómo el sol que arde quema la casa, la incendia y va por la tarde en la ventana que da al patio de los 40° Centígrados.
O eres de los que se levantan muy temprano, madrugan a las cuatro o cinco de la mañana y de repente se quedan dormidos y es un clásico verlos asustados corriendo con sus recursos de responsabilidad limitada, al cuarto para las ocho, que no se le haga tarde al trabajo. Y esa era la vida.
En cada caso somos un reloj distinto los seres humanos. Existen los que no duermen casi y no lo publican en el Facebook porque todo mundo se da cuenta que desde que iniciaron las redes sociales han estado conectados. Y qué tiene. Cada quien hace de su vida un papalote.
Y habrá personas que no han faltado ni llegado tarde a todas partes sin obtener por ello un reconocimiento por parte del respetable público. Denle un like señora. Tampoco han salido en hombros del área de recursos humanos sacándoles la lengua a todos por impuntuales. Son seres normales como todos y andan en la calle y se los encuentra uno. Salúdelos de perdido, ellos son los que hacen la patria grande, los responsables.
Con todo, es necesario levantarse temprano para aprovechar al máximo la luz del día, ese es el emblema no escrito de los horarios. Muchos por eso se pelean los turnos matutinos, pero los hay afortunadamente aquellos cuyo perfil encaja para el turno vespertino.
Los soldados del mundo tienen fama de madrugadores ante la amenazante y legendaria disciplina castrense. Hay escuelas, colegios e internados, tal vez ya en decadencia por esto de los derechos humanos, cuyas reglas estrictas llevaron al extremo el comportamiento de la obediencia y la sumisión a una autoridad soberbia.
En el filo de un machete se levanta el sujeto de marras. Así le dicen, mientras le hablan por su nombre y escucha: “ya levántate…ya es tarde”. Dónde habrá escuchado es antes, como en la bruma de un sueño, “ahí te hablan no te hagas”.
Y acaba de acostarse. Se acuesta un rato más, solo un minuto, se recuestas con los ojos pegostiosos y no quieres tallarlos para no despertarlos por completo.
Faltan cinco minutos para que timbren en la escuela y todos duermen en casa. Ni el perro mueve la cola. Y es de admirarse y de mucho respeto saber cómo lo hacen. Uno eso lo ignora, uno que no está listo ni desde un día antes. Llegan barridos pero a tiempo, ya están todos, solo falta uno, y un minuto. Allá viene. No. no era.
Todavía oscuro los encuentra uno y son los que llegan a barrer temprano, según les dicen de broma. Tienen tiempo de todo, andan en el amplio edificio respirando las soledades de los escritorios, la sutil delicadeza conque las secretarias acomodan las cosas. Son los madrugadores.
Hay horarios flexibles, pero otros no lo son tanto, de acuerdo al jefe de que se trate. Hay una tolerancia pero no es para que lleguen todos en esos quince minutos en los que todo puede pasar o ninguna. Antes había los comisionados en el reloj checador y hacían valer su influencia y poder cuando llegabas tarde. Cosa que al contrario ocurría con quienes llegaban siempre temprano que lo veían como un extraño, un hombre necesario para otros y no para ellos tan madrugadores.
Sin embargo hay miles de pretextos para si quieres llegar tarde un día de estos. Se pueden ampliar en una enciclopedia, en un cuaderno mojado o en la mano para que no se olvide lo que hay que decir cuando vas llegando y todos opinaron, y preguntando por tu ausencia nadie supo decir que tú siempre llegas temprano. Llegas y todos te miran.
Te sientes un delincuente en potencia o ya consumado, un pecador, un extraño. Cuando tú, en cambio, en realidad eres muy cumplido.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA