Sin duda los dueños del planeta y los más adaptados son los árboles. Si alguien, no quiero saber quién, tumba un árbol, por ahí cerca nace otro que lo sustituye. De modo natural existe la cobertura necesaria para un árbol por cada rincón del mundo. Por ese simple hecho no se acaba el planeta.
Nosotros en cambio plantamos árboles donde no debemos o los traemos de lejos a morir en estas tierras ante el azoro de la vegetación aborigen.
Después de tomar conciencia de lo que es un árbol usted sentirá dolor al tumbar con el machete una rama. Vera cómo el árbol desprotegido no mete una sola rama para defenderse, triunfador guardará el machete y se deshará pronto de la rama. A usted que no le toquen un dedo, menos con un machete, ni echándole agua.
El mundo está lleno de árboles, nacen hasta en las banquetas en una guerra cruel y fratricida contra el hombre que busca espacio donde desarrollar su cultura depredadora. De ese modo, donde antes había árboles ahora hay una estación de servicio, es natural, no habría ciudad como la conocemos, retrocederiamos cien años dirían los más jóvenes, al homosapiens dirían los mayores.
Esa es la consecuencia de haber crecido por fuera y no por dentro. Ya fuimos a la luna pero no hemos pasado de la lógica de Aristóteles. Con mucho algunos animales sino es que una buena mayoría se han adaptado a la tierra mejor que nosotros. Afortunadamente es la vegetación la que predomina y eso ayuda.
En la antigüedad los árboles fueron dioses, unos dicen que son arcángeles. Desde un árbol hasta un lápiz camina el hombre muchos años. El árbol ha soportado talas inolvidables, toneladas de madera de cedro y sándalo se han vuelto casas en la espesura de la historia, hay árboles de aquella temporada.
Un tiempo Victoria fue la ciudad de los árboles frutales, los había en los patios de las casa que hoy son cuartos de renta. Aún existe la nostalgia y sobreviven de aquellos mangos que se extinguen con el paso de los años. Hubo en la ciudad muchos rompimientos pero igual son fraccionamientos y donde había anacahuitas hay un barrio nuevo con su luz eléctrica y todo.
Cuando hay viento el árbol hace fiesta y se despoja de las hojas secas para que vuelvan al polvo a dónde pertenecen. Sin mucho esfuerzo los árboles caen sobre lo que despedazan, juntos hacen del viento un marró que golpea las puertas. Un árbol sopla y ruge, se escucha el zumbido como el de un pico de botella.
Ha habido campañas para sembrar un árbol pero a veces no hay dónde, así de pequeño es nuestro mundo. Sembramos un ficus que se sale del macetero, una rama de algo que se seca pronto. Ya nadie siembra un Romero.
Cuando hay flores en los flamboyanes se acerca la vida Silvestre de los alrededores. Miles de abejas y mariposas abordan las calles y las pintan de colores. Ahí en el árbol es donde la rama cruje y el pájaro sabe lo que son sus alas, el árbol creció torcido para que hayan nidos y los niños hagan sus columpios. Un poeta dedicó un poema a un olmo seco y hendido por un rayo en homenaje a los árboles en agradecimiento humano.
Cuando llueve nos acompaña con su silencio. Para ellos no hay paraguas para cubrirlos de las inclemencias del tiempo. Llueve y pelean en su vieja carabela de ramas y hojas con todas sus fuerzas. Luego viene la calma y uno nada más los mira desde la ventana, ignorándolo todo o nada.
Siempre un árbol y véalo crecer, vea cómo el tiempo pasa rápido. Y cuando lo sea joven, digamos unos 17 años, recuerde el día que lo sembró y la breve historia de cuando quiso secarse y usted le echó agua; y cómo él, ahora cuando cae la tarde, en franca correspondencia, con su sombrero grande lo cubre de sol.
HASTA PRONTO.