21 diciembre, 2025

21 diciembre, 2025

LA NADA TAMBIÉN CAMBIA

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Todas las voces convergen en las grandes ideas. La sociedad se mueve por lo bajo, se arrastra por los callejones donde más bien florece el arte de la contemplación y la dicha inigualable de perder el tiempo; y sin embargo de ahí se obtiene el buen vino, de ese arroz con jenjo.
En La Náusea, novela de Albert Camus, se nota esa efervescencia donde al parecer nada se mueve, nada cambia. Eso no ocurre en nuestra sociedad. La reciprocidad ahora es un cambio imperceptible, silencioso y certero. El resultado es hoy esta forma tan bonita de cambiar.
Nos movemos en ese cambio. La sociedad como la naturaleza se acompaña en ese viaje veloz y eterno. Se cambian los zapatos de viejo cuero por suelas de goma. La lucha a muerte exterminó muchas especies y a diario el sentido de las cosas cambia su razón de ser. La propia sinrazón explora su tesis.
Se cambia uno de casa bien peleado con el propietario o cambiaste porque ya te hizo justicia la revolución y te largas hasta no verte Jesús mío al fraccionamiento de moda. Cambia lo que había quedado y prometido ante el altarbnunca cambiar, esa misma noche noche cambia. Al día siguiente él o ella no se engañan.
Tiene mucho qué ver la mirada de él o la de ella en las largas caminatas por la alameda. Tienen que ver los amigos de ella y la mirada curiosa de ella para que cambies de idea.
Transitamos el cambio llenos de conocimientos como un árbol de frutos silvestres. Las noches son estrellas tomadas de la mano al azar, al sentir que algo realmente exista sin existir. Entonces estallamos en la oscuridad de la noche.
Una cosa por importante, cuales quiera, al tercer día apesta, huele a olvido, quema sus naves en la bahía y algunas etnias se disputan las regalías en las escolleras, en los peleados vestigios del atracadero. La sociedad en su conjunto cambia, el pequeño peldaño de la escalera junto a la puerta cambia. Sin luz es que cambia, sin aire, sin polilla es que cambia. La rotación como las estaciones del año exactas y puntuales cambian al hombre, los brincos, los tirones del tiempo. Cambia el árbol a cada segundo del simple paso de una hora turbulenta. Cambia porque cambia. Cambia el manso, cambia el amor a cada golpe del alma, a cada experiencia no escrita.
La sociedad en su discurso recurre a la misma retórica y en las calles los cambios son veladas traiciones. La relación del uno con el otro de pronto se vuelve el uno contra el otro y habrá quienes junten un montón, la suficiente cantidad de enemigos domingueros, hechos a la perfección.
El enemigo hace que al llegar a la esquina veas si viene un coche y te subes. O que te detengas a observar un oscuro semáforo. Comienzas a sospechar que ésta es tu ciudad.
Cambias, pues al cambiar coincides, te conectas y todo es la vida. Cambias porque construyes, te activas y te consumes.
Durante siglos nunca nos hemos cansado de cambiar. Por algo ha de ser. Nadie podría dictar por más Imperio gringo que fuese, por más engarroteseme ahí que cambies. Cambias porque caminas.
En política cambia el aire. Y nunca hay nada para nadie porque el último momentos con la moneda en el aire también cuenta. Cambia el aire pecaminoso y negro por uno más puro. Cambia uno a cada paso con cada respiro, a cada soplido. Cambia el mar enrarecido y lo sabemos. Cambia el sol en la pared, cambia la luz de la mujer, la voz, cambia la estrella que brilla con cada mirada. A cada parpadeo, la nada cambia.
HASTA PRONTO.

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS