RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
MÉXICO.- Algo merece el olvido: una manzana, una cuadra, un montón de heno, acaso un recuerdo. Como dice un texto por ahí, la memoria nos arroja serpentinas; y estas todas del subconsciente incontrolable y descontrolado.
Algo sostiene al olvido en su olvido donde cómodamente pasea su tranquilidad sin molestia, intocable por una palabra o por la pandemia.
El olvido es también un recurso del recuerdo para lo que no queremos, para lo que no amamos; pero no es preciso, siempre queda un bosquejo, una rama de árbol, una ligera huella en el olor nauseabundo e insobornable del tiempo.
Entonces recordamos, y la memoria prodigiosa nos trae los años azaroso, los días de lluvia, los pozos del alma, los vidrios quebrados de la ventana por donde nos vieron.
La memoria, venida de muy lejos, trae el origen, el génesis y los matices grises de los acontecimientos, luego, espontánea, crece como el cabello, como la cizaña, como la terquedad del niño que quiere un juguete nuevo. Y qué bueno. Sin memoria el pueblo tiene memoria.
La misma memoria es un pueblo al cual se puede ir en un transporte público, a pata y por las calles. Entre cordeles de viento el hombre recuerda.
De todo, es el recuerdo lo único que queda. Los objetos se deterioran, cambian, se hacen polvo, sombras nada más, luces extrañas en la casa.
La memoria es un río que pasa, pero tiene un dique que revienta y se desborda. Recordamos el recuerdo y el olvido, el olvido se hace un pasajero cuando escribimos.
La memoria cuelga de los cuerpos memoriosos que soportan de esa manera la vida. Toda memoria es cierta, todo recuerdo es verdadero. Recordamos lo que amamos y recordamos lo que nos fastidia.
El único olvido es un perro que estaba parado en la esquina, ¿de qué color era? El recuerdo, para la memoria, es a veces un encuentro inexplicable, un peine perdido hace años con el pelo largo.
Desde luego recordamos el estallido violento, los colores fuertes, el trazo seguro y chueco, el hilo dental, el biquini rojo, la risa de aquella vez en un par de emocionantes segundos.
Luego olvidas. Hay memoria fija, oscura, cáscara pegada al grano, piel empleada para ilustrar una herida.
La memoria, aunque queramos no olvida. En todos los rincones de la vida, en hondonadas y precipicios, en la cima del éxito, la memoria es rica. Un hombre recordará el primer traje y cómo se veía en el espejo manchado de espinillas.
Frente al espejo se es el niño que no se mira. Cada persona nace con un cajón para guardar la ropa que no se lava de noche, la sucia y pecaminosa, la que observa a escondidas y se la prueba.
Cada persona es un personaje que representa a su propia persona en esta película, el resto es ultraje de la memoria, mentiras que se aproximan y se alejan según a los presentes convenga.
La memoria entonces hace un inventario de olvidos inútiles y por última vez intenta en un discurso vano hacerse valer con su disfraz de payaso, su versión ajena su despotricado intento de volver al cuerpo.
Es verdad que la memoria no miente, aunque lo parezca, bajo las imágenes de los recuerdos está la verdad manifiesta con su carga de angustias, sus alergias, con la voz de la palabra que alguna vez se dijo y aún se escucha. HASTA PRONTO.
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021