¿Quién fue Concha de Miramón?
Ella fue fiel a la memoria de su esposo por el resto de sus días.
Se fue a Europa, donde, de acuerdo con los consejos del fusilado emperador pidió el apoyo de las cortes de Austria y Bélgica.
Sólo recibió ayuda belga. Vivió en Roma y falleció el 18 de marzo de 1921 en Francia a los 85 años de edad.
Con estilo sencillo, esta inteligente mujer regaló a la historia de México una joya; titulada Memorias, que comenzó a escribir a los 80 años.
Junto con el conjunto de recuerdos y experiencias de su vida, cargados de un profundo conocimiento de las circunstancias de su tiempo, expuestas bajo la perspectiva conservadora que dejaron en ella su padre y su marido.
Las Memorias de Concepción Lombardo, escritas en 1917, fueron publicadas en 1984 gracias a Francisco Cortina Portilla, quien las adquirió de una nieta de Miramón radicada en Palermo, Italia, en donde, anciana y enferma, se mantenía de dar clases de español, rescatando para siempre el testimonio de uno de los episodios más trágicos de la historia de México.
CD. VICTORIA, TAMAULIPAS.- Tras su derrota en la Guerra de Reforma, el ex presidente de México, Miguel Miramón, partió al exilio a Europa junto a su esposa e hijos.
En su estancia en el viejo continente, el olvidado niño héroe, fue instado a secundar la intervención francesa, negándose de manera terminantemente en un principio, por lo que para no seguir siendo hostigado, partió hacia la Habana con su familia.
El joven macabeo trató de ofrecerle su espada a Juárez, pero como era de esperarse, el presidente lo había exceptuado de la amnistía concedida a los demás conservadores, por lo que en febrero de 1862 regresó a Europa.
Meses después volvió y estando en Brownsville, recibió una carta el 19 de junio de 1863 de don Manuel Doblado:
“Nada propongo a usted, que no esté en armonía con la elevada posición que antes ocupó y no me guía otro objetivo que restablecer la independencia y el honor de la república.”, le diría el ministro juarista.
Con esto, Miramón creyó tener autoridad para mandar a su esposa e hijos a la hacienda de Cerro Prieto, situada a corta distancia de la ciudad de San Luis Potosí, la cual era propiedad de su pariente Romualdo Fagoaga.
A los cinco días de navegación, Concha Lombardo de Miramón llegó al puerto de Veracruz, pero se dice que no quiso desembarcar, pues la ciudad estaba en poder de los franceses; por lo que al día siguiente siguió su viaje para Tampico.
Poco antes de llegar al puerto tamaulipeco, se acercó a ella un español, el cual le contó su estado de miseria, y le suplicó lo ayudara a salir del barco y lo llevase en su compañía a Tampico; accediendo a sus ruegos, doña Concepción le encargó que estuviese atento a la llegada de la primera barca que se acercase al vapor ingles donde viajaban.
Así lo hizo, y pronto doña Concha, su criada inglesa Aneta, sus dos hijos y el ibérico, partieron hacia tierra firme.
Una vez en la ciudad, buscó al cónsul de España para presentarle las cartas de recomendación que le llevaba.
Éste le indicó los peligros que había en el camino hacia el interior, y la dificultad de encontrar medios de transporte, diciéndole, además, que, si hacía el viaje por Monterrey, tal vez se podía encontrar un coche, pues el camino carretero era bastante bueno, aunque había el peligro de encontrar bandoleros en el trayecto.
Un día después, el cónsul la fue a ver y le dijo que había llegado una familia que se iba a embarcar, y que traían un buen carruaje y buenos tiros de mulas, y que esta oportunidad era difícil que se presentase nuevamente.
Sin pensarlo, mandó llamar al cochero y le dijo que quería que la condujese a San Luis.
El conductor le contestó que sí, pero pasando por Monterrey, pues el camino por Tula era impracticable para los carruajes; diciéndole además,
que si optaba por la ciudad tamaulipeca, la llevaría hasta donde pudiera pasar su coche, y que de allí tomarían caballos para atravesar las montañas de la Sierra Madre.
La ex primera dama de México, sin pensar en peligros, decidió realizar el viaje por Tula, dándole orden al cochero de partir a la madrugada siguiente.
El español, quien no la había perdido de vista, al saber que se marchaba se presentó ante ella, rogándole que lo llevase también.
Doña Concepción pensó que aquel hombre le podía ser útil en el camino y accedió a sus súplicas, comprándole un caballo con todos sus arneses, dándole también dinero para que se comprara ropa.
La primera población donde se detuvieron fue Altamira, allí desayunaron y dieron algún reposo a los animales.
Después continuaron su camino hasta los Esteros, donde almorzaron.
Así viajaron cinco días, después de los cuales llegaron a Ciudad Victoria.
En sus memorias, doña Concepción describiría a la capital de la siguiente forma:
“Victoria se compone de una larga y polvorienta calle, las casas son todas entresoladas y de aspecto triste por carecer de arquitectura y de fachadas.
El clima es húmedo y malsano, y se sufren con frecuencia graves calenturas.
La población es de aproximadamente 6,164 almas, entre blancos e indios, dominando estos últimos. Otros habitantes, y sin duda mucho más numerosas, existen en aquellas tierras, y son casi ocultos y peligrosos: las niguas y las garrapatas.”
Una vez allí, busco a una familia a la que le llevaba una carta de recomendación. Apenas se la presentó al jefe de familia, éste le hizo mil amabilidades, por lo que al preguntarle en qué hotel o fonda se podían alojar, se sonrió y le dijo que no había hoteles, y que tendría el gusto de que se alojasen en su casa.
Pronto la actitud del victorense cambio y esto le causó una gran mortificación, pues no entendía el motivo.
Esa incomodidad desapareció al tercer día, cuando el dueño del coche que los condujo a Victoria se presentó a cobrarle sus honorarios, pues se tenía que marchar.
Entonces doña Concha le suplicó de una y mil maneras que la llevase con sus hijos y criada a Tula, y que le pagaría lo que él quisiera.
Aunque en un principio se negó, cuando supo sus motivos se compadeció de ella, y le prometió ocuparse de encontrar hombres y caballos, que les sirvieran para el peligroso camino que iban a emprender.
A las seis de la mañana del cuarto día, salieron de aquella casa como apestados, sin que el dueño ni su mujer fueran a despedirlos.
A las pocas horas de camino comenzaron a subir la montaña, los caballos apenas podían andar a causa de la cantidad de piedras más o menos grandes que estaban regadas sobre el camino real.
Como a eso de las ocho de la noche llegaron a La Mula, allí, en lo alto de la montaña, decidieron pasar la noche. Para esa fecha doña Concha había ya terminado el 7º mes de mi embarazo.
En la tarde del tercer día de viaje llegaron a Jaumave, población en la que le indicaron que el agua era malsana, pues causaba graves disenterías al que la bebía.
De allí llegaron a Palmillas, donde pasaron la noche. Al día siguiente, caminaron todo el día y al anochecer llegaron a Tula. Para esa población tenía dos cartas de recomendación, una para un tal
Fernández y otra para el francés Mr. Gautier.
Opto por el mexicano, quien después de leerla se mostró amable, invitándola a alojarse en su casa; pero al día siguiente cambió la situación, pasándole lo mismo que en Victoria.
Ante esto, se dirigió con el francés. Al poco rato se presentó la esposa de éste, pues su marido convalecía de una mordida de garrapata.
Esa familia les ofreció una carretela de su propiedad, con un buen tiro de mulas, dos mozos a caballo y un buen cochero para continuar su viaje, por lo que al día siguiente salieron rumbo a su destino.
En las demás comunidades y rancherías que visitaron, ocurría lo mismo: amables primero, groseros después. Uno de los mozos que la acompañaban desde Victoria se sinceró y le dijo que el español le había contado de quien era esposa y que a cada lugar donde llegaban hacia lo mismo, diciéndoles que Miramón iba a entrar a Veracruz con los franceses, por lo que indignada se deshizo de ese malagradecido y continuo su peregrinar.
Al poco tiempo, llegó a San Luis Miramón para entrevistarse con Doblado, pero se enteró que el gobernador había expulsado de la entidad a su esposa; aun así, decidió permanecer allí para las conferencias, pero al enterarse que Escobedo iba en su busca para fusilarlo, continuo hacia la Ciudad de México, donde tras algunas negativas, no tuvo más remedio que unirse a los traidores de la patria y apoyar a los imperialistas.
POR: Marvin Huerta Márquez
EXPRESO-LA RAZON
FOTO:Archivo
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