MÉXICO.- Detenido frente al espejo el señor candidato reconocía la extraña atracción que sobre él ejercía ese cuadro que lo reflejaba tal cual era sin vanas hipocrecias. Frente a sí mismo no había motivos para fingir, levantar una ceja y dejar caer los párpados que según él le habían dado el éxito.
Sin embargo ya pensando reconocía su poder de convocatoria debida a todos los ingredientes que lo perfilaban como la persona idónea para la alcaldía. Se acababa de anunciar su apurado destape con todas las encuestas en contra.
Él mismo llegó a desconfiar de su suerte. Y eso le había ocurrido en los últimos tres partidos en los cuales había militado que lo habían hecho tres veces diputado y tres veces alcalde. Ahora iba otra vez por la alcaldía en coalicion con los tres partidos que le habían dado gloria. Iba por el desempate. Se sentía como nuevo, era otro el vato.
No tardaba en llegar la bufalada como en los viejos tiempos, incluyendo a sus falsos enemigos que sabían bien que él, semejante a un Dios, era lo único que tenían. Y como enfrente no había quedado partido político ni candidato independiente que se le opusiera- nadie quería vivir en el error-, aunque esta vez podría ser diferente.
Fue y convenció al compadre que más dinero le debía y le prometió no cobrarle hasta en tanto no concluyera la campaña. Y lo hizo su adversario oficial de a mentiritas. Claro que obligado por las circunstancias su compadre Juan Pérez aceptó a regañadientes, fue y se registró.
Sabía lo difícil que sería perder, pues todos frente a las urnas se volcarían a votar por él, ante la antipatía que el candidato oficial despertaba.
Tenía que convencer a la gente de votar contra él mismo. Se supone que para entonces la gente ya no quería camote y no agarraba despensas y entonces tendría qué rogar para que porfas votaran en su contra y convencerlos de que el bueno era su compadre el candido candidato oficial a quien hoy vemos frente al espejo manchado de acné.
Frente al acné el candidato oficial también sabía lo difícil y fácil al mismo tiempo que era ganar, tanto como había sido impuesto. En las urnas podía perder pero ganaba en lo oscuro de la última hora y con el billete que luego recuperaba de sobra.
Como era. Los candidatos a diputados poco o nada servirían de comparsas, pues de igual manera eran repudiados por la fanaticada local. Todavía escuchaba las protestas que el pueblo completo le tenía en la plaza.
En lo oscuro y a la luz del día su propia familia nunca había votado por él a sabiendas de que su voto no sería respetado y eso les gustaba, les hacía ser parte homogénea.
Se peinó el bigote, dio con la vista un último toque a su cara brillante, se retiró del espejo y con eso volvió a ser el Juan Pérez que el barrio reconocía como Juanito; se puso la playera desgastada que le obsequiaron hace un chingos de años antes de que desapareciera el partido que se la había regalado. Ya ni dan de esas. Se dijo por dentro: “no aguantan nada, cualquiera sueña frente al espejo y no se mancha”. Ni compadre tenía. Con esa cara.
HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021