5 diciembre, 2025

5 diciembre, 2025

Cambiar y dejar el cigarro

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

TAMAULIPAS.- Hoy puedo cambiar todo. Voltear la tortilla, ir por otros caminos, recorrer la calle imaginada por la cual no haya pasado. Puedo cambiar el rostro triste a alegre si me lo propongo a la hora que guste. Sonreir, hablar o quedarme callado a propósito de alguien o de todos.

La gente puede o no reparar en uno en particular o tomarlo en lo general en la bola de masa amorfa que hacemos el ridículo, damos pena o somos productos de consumo popular. Puedo cambiar de ropa, como de sueños y esperanzas de la noche a la mañana cómo florece el rosal en el patio inhospito y olvidado del cuerpo. Puedo dejar de ser este que soy.

Creer y descreer a la hora que así lo requiera, sin que por ello rompa mis esquemas de buen samaritano de las causas ajenas.

Cambiar por cambiar y no hacerlo nunca, mantener la vieja consigna familiar, las tradiciones del hombre y la mujer en el hogar, pero también viajar e ir muy lejos de pronto en busca de una corazonada que lleve a la nada. Dejar de hacer sabiendo que esa actitud pudiera molestar a quienes desean verme triunfar en los espejos de la gente.

Ignoran quien soy y ni me buscan por dentro en latitudes en las que me encuentro siempre en la soledad de la tarde. Pero puedo cambiar y retorcer las esperas en la esquina del pasado. Los cortos aterrizajes del pensamiento, los resquicios que he visto de niño a orillas del asfalto pisando el pavimento.

Dejar el cigarro. Desde este hecho radical al cual tengo derecho utilizo la comisión de mis derechos humanos a prevalecer en el libre albedrío. Y un comité de soledades juntas podría arreciar como la lluvia y estaría contento si fuese cierta tanta bendición en los esteros secos de mi nombre retumbando en mi cerebro desierto.

En mi mente brillan los aconteceres responsable de este efecto con el que se cambia o se queda uno como está a falta de pruebas para consignar este olvido. Hay un empate entre el ser y no ser y por ello lo digo. Uno cambia por dentro y por fuera y eso a quien le importa, a quien le inoportuna.

Por lo más, la gente pasa un rato y después olvida, a todo se acostumbra uno, la piedra que estorbaba de pronto no estorba, a alguien le dió flojera quitarla, se hizo vieja, se quedó a la espera, sirvió para que se posara una rana y sobre de ella se desarrollara el agua.

Puedo cambiar como la milagrosa mañana. La misma noche que aguarda la luna se hace mañana. Siempre lo hacen en las largas caminatas, mientras el hombre cruza los continentes cambia el alma y las razones, cambia la vida y se resquebrajan los corazones.

Puedo cambiar ahora o mañana, cambiar a cada rato, cambiar a cada paso, a cada respiro, en cada decisión puedo cambiar el nombre, el llanto, la alegría, el feroz coraje, los arrumacos de gato en el cuarto, puedo cambiar si quiero o no, si ese es mi propósito o no lo es, sino el de otros que vinieron a visitarme.

Puedo cambiar por influencias, porque me lo dijeron y es verdad, puedo hacer caso a la bocina rota y descosida oyéndose y envejeciendo mohosa en las paredes. Cómo la luz que cambia puedo cambiar, como la hoja que cae y se pierde en el humus, como el árbol, el perro que ladra a su miedo recóndito y no lo haya.

Cambio a cada rato con cada segundo, de modo inevitable cambio, cambio por todo y por nada y cambio solo. Quién podría impedirlo. Y yo mismo el día que lo desee, con una piedra en la mano, por amor, puedo cambiar todo por nada.

HASTA PRONTO.

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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