No existo. Soy un impulso, nostalgia de letras. Si existiera, alguien para estas horas ya me hubiera dado un abrazo. Estoy en la solapa de mi sombra y de ahí veo la imagen que me nombra. Escucho los alrrededores de las cuatro paredes y puedo salir inconforme a ver si puedo verme en un reflejo, escuchar si uno entre tantos transeúntes me dirige la palabra. Escuchar y escucharme. Pero es una energía disuelta en mi cerebro, pues pronto, como apurado, lo olvidaría sin remedio.
En ocasiones me hablan y contesto prudente para no apagar el fuego de la palabra y luego se retiran dejando el vacío enorme del universo.
He pensado ser un sueño. Pero es imposible, pronto despierto y vuelvo a dormir y es todo. No estoy loco porque eso sería bueno como experimento. Me raparían el cabello y con la camisa de fuerza ya puesta garantizarían mi posible y descabellada existencia Quizás no me han descubierto y puedo decir abiertamente “aquí estoy, vengan por mí, estoy en el baño”. Pero tampoco sería cierto. Bajo mi personal sospecha no existo cada vez tengo menos dudas del silencio.
La realidad que voy creando se disculpa con los objetos que uso, pero pasan desapercibidos si no los requiero, si no soy una parte del sofá o de la mesa, ¿qué soy entonces? y He visto sin embargo cómo pasan las aves en su vuelo, lo he leído acaso, que extienden sus alas y planean un ataque alevoso sobre su presa, por sobrevivencia. Yo sólo sé mirarlas, vuelan tan alto. Por eso leo, para aprenderme el nombre irreal de esos pasajes. Decir: esta es la ciudad en que vivo, esta es mi casa y el suelo que piso por el momento, y el momento es el rato que no puedo detener ni un minuto.
He pensado ser un pensamiento, un préstamo de un retraído cerebro que llegó sin cuerpo. De ser mi así sería un poco más guapo y más listo y no este viejo carcaman que teme al espejo.
Existen días afuera porque así les nombran, lo escuché desde niño atrás de las paredes del adobe de mi casa. Y todos sin iguales de lunes a Domingo. La gente sale y se guarda en su casa arrastrando la cobija de los sucesos que pasan y añorando lo que pudo haber sido cierto y no una farsa.
Hay veces que el teatro no tiene espectadores y pocos desean pagar su boleto. Entonces accedo y digo sin miedo que existo para fingir un acuerdo. Si levanté la mano no existo más allá de decirlo.
Por eso sembré un árbol y escribí un libro que nadie ha leído. Para existir es que escribo, con mucho esfuerzo, sabiendo lo que ha servido para aplacar el frío encendiendo una hoguera, salvando el sueño de un niño que hace un barquito de papel con el prólogo mientras se rasca el ombligo. parece que lo pienso. Si pongo esto aquí tal vez yo mismo estoy creyendo que existo y eso me ayuda a ser algo, una contradicción acaso, como el lumpen donde viven los artistas de este rumbo.
Cuerpo a cuerpo ignoro si he luchado contra mi inexistencia o contra la existencia misma, ¿cómo saberlo? Derrotado de esa manera recojo los cristales rotos de la ventana que da a la calle, rota de un pelotazo. Enguyo una torta que desaparece de mis manos y siento una extraña nostalgia por el proceso que sería vivír nada más por ello.
Desde mi no existencia escribo puedo confirmarlo s cualquier altura del texto, si lo aseguro por último, no es por nada, es falta de tiempo, tengo que regresar el balón a los chiquillos que rompieron el vidrio.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA