Cd. Victoria.- El día llegó, después de más de un año de incertidumbre, encierro y pérdida de familiares y amigos cercanos, se anunciaba la fecha para que el Caminante pudiera al fin acceder a la ansiada vacuna contra el Covid-19.
El, como muchos otros chavorrucos de entre 40 y 49 cortos años, hizo semanas antes, el trámite en la página mivacuna.salud.gob.mx proporcionando su CURP y datos adicionales para obtener el folio que debe presentarse en los puestos de vacunación.
¡Y allá va! rápido y veloz, se trasladó alrededor de las nueve de la mañana a la Escuela Leona Vicario, muy optimista y animado por poder acceder a la primera dosis de inmunización.
Pero al pasar en su auto frente al plantel se llevó tremenda impresión.
No solo una runfla de cuarentones se había apersonado al lugar para ser picoteado: cientos de personas rezagadas de otras edades estaban formadas en una fila que llegaba hasta la calle trece y daba vuelta para topar con la de Ocampo.
“¡Madre mía!” exclamó el Caminante y se aproximó a la ‘cola’, mientras escuchaba a mas de uno quejarse por lo lento que avanzaba.
Unos cuantos minutos estuvo el vago reportero ahí, y escuchó a alguien decir: “Dicen que en el CBTis 119 esta completamente solo… ni fila hay”.
Fue entonces que el Caminante prefirió invertir un par de litros de gasolina para trasladarse en su viejo Nissan al otro puesto de vacunación, aunque por recomendación de Mencho, un amigo albañil, decidió primero realizar algunas diligencias, dar un buen almuerzo y hacer las compras pendientes, por si después del piquete llegara a tener alguna reacción adversa, pudiera reposar el resto del día.
Y así sucedió, terminadas sus faenas alrededor de las 3 de la tarde, el Caminante enfiló al centro de bachillerato, con la papelería indicada.
Aunque fue un poco complicado encontrar un lugar para estacionarse llegó sin complicaciones al lugar donde entregaría su curp, y comprobante de domicilio, sin embargo desconocía que había que imprimir la solicitud de vacunación y llenarla… pero la señorita que lo atendió, le aclaró que no tenía nada de que preocuparse y con el número de folio se llenó el machote y todo arreglado.
Ya enfilado, todo transcurrió muy rápido: pasó al frente en donde uno de los equipos de enfermeros le explicó que la dosis era de la marca Pfizer y las posibles reacciones que podría experimentar.
Acto seguido viene el piquete. Después de la aplicación el vacunado debe esperar al menos 30 minutos por si se presentara alguna reacción severa.
A simple vista todo transcurre con normalidad en estos puntos, pero lo que pocos notan es que es todo un reto organizar a los equipos de enfermeros, pues de entrada, la vacuna llega congelada y se debe poner en temperatura ambiente para que vuelva a ser líquida.
A los puestos llega una dotación de 195 frascos y cada uno contiene seis dosis, es decir mil 170 jeringas pueden ser llenadas y aplicadas a los asistentes, pero si la afluencia de personas baja, se mantienen en refrigeración o se echará a perder. (En varias ocasiones se han llegado a terminar).
Esto requiere una enorme coordinación entre el cuerpo de enfermeros vacunadores, sin embargo, la tarea puede ser agotadora. Muchas personas no atienden bien las indicaciones y se dan el ‘parón; apenas son inmunizados, o llegan en actitud de discordia y desconfianza por aquello de que les vayan a insertar una jeringa vacía.
A decir de algunas enfermeras, quienes llegan mas contentos y tranquilos son los ancianitos, que sin pretextos se vacunan agradecidos. Curiosamente son los cuarentones lo que mas ‘peros’ le ponen al proceso (tal vez han visto demasiados memes).
La jornada que empieza desde muy temprano y acaba ya al atardecer se vuelve mas cansada y agotadora pues al equipo de 20 vacunadores no se les proporciona alimento alguno y tienen que conseguirlo por sus propios medios en un tiempo muy corto que les asignan para comer, (lo cual es un tanto dificil de creer, pues hasta quienes participan en las casillas electorales reciben ‘la botana’ ese dia… ¿porque los vacunadores no? en fin).
Sin embargo esto no desanima a los profesionales de la salud que siguen al pie del caños, aunque al final del día acaben ‘engentados’ y con una jaqueca horrible, pues su objetivo es procurar el bienestar a sus semejantes. Un aplauso y reconocimiento a ellos. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA




