TAMAULIPAS.- Él se cree el rey del asfalto. De botas picudas, cinto piteado y camisa vaquera, abierta las patas, lleva a la mujer en rastras. A ella le apodan la fiera, pero él dice que él es quien manda, aunque sea en lo que llegan a casa. Sitio donde él obedece ciego lo que ella gusta y manda. Más tarde va y se justifica en la cantina donde se siente seguro, se olvida de ser mudo y habla.
Usted lo sabe. Llega el hombre a su casa. Sí, ese mismo que se ufana y anda muy ducho por la calle haciéndola de tos, buscando quien se la pague y pronto descubre, ya frente a su esposa, su triste realidad. Antes de eso fue capaz de ir a las tortillas, sacar a pasear al perro, en virtud de que su sagrada esposa anda muy ocupada en una conferencia internacional.
Cuando coinciden en casa se antoja un combate cuerpo a cuerpo en medio de la sala. ¡Ay mamá! Creo que ahí en ese momento de soledad frente a frente, uno contra el otro, rencor con rencor, nalga con nalga ambos se hacen de todo y no se hacen nada. Tras la tempestad llega la calma.
Sin considerar las veces que es al revés. El sujeto termina afuera de la casa llendo a quejarse con la suegra que le reitera “quédatela… te dije que no había devoluciones. Así la quisiste, a la luz de la tea no hay mujer fea”.
Matrimonio o amasiato así pueden estar un buen rato hasta que se miran de soslayo y al recuperar la razón se olvidan del rencor. Una vez que brota la soledad de ambos lados, es como la telenovela que a ella le encanta, ya se dijeron de todo de todos modos y terminan abrazados como un carro que chocó bien culero con otro en la madrugada o a la hora que haya sido el suceso.
Ora que si ya de plano no quieren hacer caso al jefe de jefes que él lo e, aunque sea mientras anden en la calle ¿Qué tiene?, dice el dicho que al diablo y a la mujer nunca le falta qué hacer. De alguna manera es necesario un liderazgo en casa.
Quieras o no. Se nota desde que vas a buscar a un cuate y la que sale es su vieja y te somete a una que otra pregunta, “¿Para qué lo quiere oiga?”. Hay especies de sujetos en extinción, que si las mujeres o las”querreques” no los pelan, les dan sus zapes y una que otra patada. Pero ese no es el remedio. Hoy en día te demandan y vas al bote sin tocar baranda.
En la gran mayoría de los casos son sujetos ebrios y escandalosos quienes madrean a sus respectivas, nomás por enchilame éstas, por frustración y mediocridad confirmada. Son tipos que en realidad necesitan ayuda, pero que nadie atiende y el fresco bote no les ayuda. Salen y andan libres en lo que vuelven a agarrar el pedo.
Es que también hay muchos casos, usted no me dejará mentir, en que la culpa es de la mujer. No estoy hablando de usted señora, usted es una bella y buena mujer. Nadie creería que ese sexo débil hace las noches de terror cuando le da su gana, simplemente no habla, y con eso tienes para andar afligido “¿qué tienes Eduviges, por qué no hablas?”, llegando el caso a pensar que si ambos estuvieran mudos sería a todo dar.
Sales de casa y cuando vuelves encuentras cosas que ya no son de nadie, un reloj patito en el buró aún con la alarma puesta a la una, dos llaves que no abren ninguna puerta, un par de mancuernillas y tú ni usas, una chela helada en el refrigerador y la otra a medias aguas, cuando lo que tomas son puras caguamas.
Por eso ellas son responsables de que muchos irresponsables se tiren al vicio, se arrojen desde un trailer estacionado, o se muden a la esquina de un bar con Maná.
Las agencias especializadas en esta clase de delitos, no hayan la hora de atender la denuncia contra un sujeto que golpea a su mujer, pero la historia que escuchan les llena de terror, no la de ella, sino la de él. Y con todo eso lo que más queremos es a una mujer. O cada quien.
HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021