19 diciembre, 2025

19 diciembre, 2025

Escrito en casa de mi padre

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

TAMAULIPAS.- De pronto hubo una edad en que mi padre lo fue todo. Era una casa a dónde llegar y dormir tranquilamente. Un camión en el que se viajaba siempre en la caja, una bicicleta para ir en ancas o en el cuadro sorteando piedras, corriendo tras ella o al rededor, luego un sillón en la sombra del patio. Mi padre eran bigotes, una gruesa, seca y dura piedra de sol que fue su cara.

A mí no me engañaba, sus manos eran ramas de un árbol cercano. La casa de mi padre era un galerón de madera guinda, o café oscuro, tejida a mano en el cielo de cal y canto. Pero la casa fue de sillar y cemento, con fi ltraluz por donde se veía el humo del polvo delgado y las virutas de la imaginación de un niño.

Fue barco con sus naufragios, peñasco, rincón, río, luego palabras que nos recuperan del olvido. Era una nave de 25 x 18 metros donde cabía todo. Nadie sabía cómo. Una cocina, un comedor y sobraba para una recamara para amotinarse durante la noche con los fantasmas.

Casa es también soledad y cerca de palos, refugio de malvivientes y vagos. Casa con noria en el solar. A un costado todavía hay un pozo, alguien se metió en la noche y sacó un tesoro que se hizo carbón. Encontré después una moneda de plata 0720 que guardo en la bolsa del pantalón.

Casa de agua, con las tías cosiendo ropa en la penumbra, mirando por la ventana de vez en cuando. Y nosotros chiquillos, escurriendo de años en los cuerpos que hoy son huellas. La casa también fue juegos en el piso y mis carnalas bajo la luna y mi padre dormía temprano con la botella de tequila en la mano. Venían vecinas de todos lados y bajo el tendedero de ropa, yo niño jugando en solitario a los carros. Casa de silencios muy largos, la abuela se ausentaba para buscar la tortilla y mi padre se la pasaba por años en el “otro lado”.

Aquella casa de la infancia era enorme como todas y lo sigue siendo. No como a veces en las que nadamás crece uno y no las paredes. Hace años que no venía a verla. Es un huacal enorme. Me duele el recuerdo y no sé dónde duela eso.

Habitaron ahí viejos evangelistas, hombres de negocios, viajeros y locos, tahures que entraban y salían a caballo del pueblo. Dicen que durante la revolución ahí hubo muertos que luego arrojaron al pozo de la noche, en la noria donde otros encontraron dinero.

Muchas veces me asomé a esa noria sin fondo. Aventabas una piedra y cuando caía se hacía chiquita. Como un sonido que acaba por evaporar en el oscuro fondo imaginario.

Casa de espantos, de antigüedades, casa de enamorados de antes, ahora ausentes. Usted sabe, la historia de siempre con diversos objetos y otros números borrados de la memoria. Casa que amo y ahora extraño, casa como uno: rebelde, altiva y fuerte como el altiplano y llana como mi padre. Casa que ahora soy. De un lado para otro.

Con las ventanas para ver adentro más que hacia afuera. Con objeciones y en contra de todo para ir a un lugar distinto. Casa ambulante, ambulancia, la puerta es para entrar únicamente. La casa de mi padre así fue: una forma de andar por la ciudad y el cielo en el solazo.

No he cerrado la puerta, entra el aire y mueve las cortinas del tiempoo. Tengo el registro, lo guardo en varios libros, escribo cada que vengo a este recuerdo. La casa de mi padre un día fue estanque. Otro día era un refri, un refresco, pero un tiempo la casa de mi padre se detuvo conmigo y yo la llevo. HASTA PRONTO.

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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