Cd. Victoria.- La silueta de don Manuelito podía ser reconocida cualquier vecino de hasta tres colonias contiguas.
Unos cuentan que de joven fue soldado (y de los mas ‘bragaos’) pero que un teniente le quiso hacer gane con la novia y los fierros salieron a relucir en una noche de navidad.
Esa historia narra que se dieron de balazos allá por el rumbo del Pitayal, y que en medio de la calle cayó muerto el teniente sonsacador, mas, como el hombre ‘ya debía muchas’ los mandos superiores decidieron no tomar represalias contra el joven Manuel, soldado de infantería.
Otros cuentan que fue exactamente después de los trágicos sucesos de octubre de 1968, que Manuel decidió pedir su baja pues el horror de aquella noche de muerte y excesos por parte de la milicia contra estudiantes y civiles en general fue demasiado y que, en alguna plática de cantina, Don Manuel confesó que en esa ocasión prefirió fingir que estaba enfermo del estómago, a seguir la instrucción de fusilar a un grupo de estudiantes y maestros que habían sido arrestados la noche de la matanza de Tlatelolco.
Lo cierto es que al hombre bonachón lo veían muy seguido en una miscelánea tomando un refresco para mitigar el calor y que en muchas ocasiones solía compartir un ‘cocón’ con algún indigente que se le acercaba.
Don Manuelito, aquel hombre delgado, alto, pero ‘bien derechito’ siempre vestido de manera muy formal y portando invariablemente sombrero y paliacate era el ‘chapoleador oficial’ del barrio.
Casi siempre se le veía por el rumbo con un machete y un azadón, caminando abajo de la banqueta (pues según él, le molestaba en sobremanera que la gente obstruyera la acera con puestos de comida, montones de grava o arena o simplemente trepara el coche a la entrada de una casa “se creen dueños de la vía pública” decía entre dientes el anciano ‘güero colorado’ de ojos verdes mientras fumaba su cigarro sin filtro y lanzaba la colilla a mas de dos metros de distancia de un solo movimiento.
Don Manuel nunca se casó, pues según el ‘no creía en el matrimonio’ pero eso no evitó que tuviera un montón de hijos por aquí y por allá.
“Era muy enamorado de chavo” comentó al Caminante en alguna ocasión, que juntos compartieron un par de cervezas en una cantina de la zona centro.
Casi todos los días el hombre era visto quitando la maleza de terrenos o podando árboles, limpiando el frente de alguna casa e incluso pintando muros, y hasta ‘estuqueando’ paredes.
A la par de su chamba embelleciendo el paisaje, el ‘don’ se apoyaba con una pensión para adultos mayores, de $2,550 pesos que cobraba cada dos meses. Según él, con eso era suficiente para ir pasándola, pues de sus ‘diecitantos’ hijos, ninguno le mandaba ni un kilo de frijol… el sombrerudo anciano siempre estuvo orgulloso de ser autosuficiente.
Pero hace poco mas de dos meses, una vecina le contó algo a Don Manuel que lo preocupó: le advirtió que un partido ‘equis’ había amenazada con quitar las pensiones de los adultos mayores, una vez que ganara las elecciones.
Además de hacer un enorme ‘entripado’ el viejo preguntó que qué podía el hacer para evitar que ese partido llegara al poder y cometiera tan absurda bajeza.
La vecina lo convenció de ir a ‘hacer bola’ a un mitin de un candidato contrario que juraba defender con su vida los programas sociales y las ayudas económicas que se distribuyen a los ancianos.
Lo que nunca en su vida había hecho Don Manuel (apoyar a algún partido político) lo vino a hacer en su vejez.
Incluso, fue a votar por primera vez, esperando lograr detener a ese candidato político malsano que deseaba quitarle su pensión.
Sin embargo, Don Manuelito ya no sabrá en que quedó el asunto pues murió de covid-19 en un ejido lejos de la capital hace cinco días.
Él mismo confesó que, “de no haber andado entre la bola de pedero, jamás me habría contagiado de ‘esa cochinada’…”
El barrio ya no será lo mismo sin Don Manuelito, ahora ¿quién chapoleará los baldíos? ¿quién podará los árboles?
De lo que muchos si están seguros es de que, de no haber hecho caso a esa vecina, que le calentó la cabeza para convencerlo de ir a hacer bola a la campaña de un candidato, el viejón sombrerudo y trabajador, aún andaría por ahí en alguna calle del barrio con su azadón y su machete en mano. Demasiada pata de perro por esta semana.
Por Jorge Zamora