19 diciembre, 2025

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Noticias de un fantasma

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

TAMAULIPAS.- Con el mismo nombre y apellido que tengo fui y pasé por aquella calle prohibida. Decían que estaba prohibida para los de afuera y yo era uno de esos forasteros.

Como a una cuadra me andaba rajando. Era una simple calle cuya espectativa vulnerada por el miedo creaba otras espectativas más miedosas. A este lugar no acuden las fuerzas del orden, escuché decir a una señora el otro día.

Todas las posibilidades estaban ahí expuestas en la entrada de la calle, entre ellas pensé en correr, ahorita que nadie me veía y despertar de boleto si es que este era un sueño. Sin embargo me quedé confiado y contento de haberme dado la opción sin aceptarla. La de ponerle Jorge al niño y correr tapándome los oídos como cuando niño.

No lo hice, quien sabe porqué. Nadie me lo aconsejó. A estas horas nadie le anda dando un consejo a uno. Por más guapo. Me quedé por guey, pensé en eso y en que siempre me ocurre de hacerme el valiente y ya qué.

Me han pateado por eso. Y por eso perdí el miedo, a veces tan necesario para salvar el pellejo. Y es que los trancazos tampoco duelen en ese rato. Lo que duele es el orgullo y te levantas en lo que te dieron por muerto y contaron hasta diez y se retiró el público. Te levantas y vuelves a caer porque es lo tuyo.

Una especie de yiu yitsu con un candado sin llave para salir y correr hasta cansar al que escribe y al que lee, sin otra emoción más que leer lo que el mundo sabe. “¡Ya pueden salir!” grité por dentro a la banda de malandros que ahí se juntan. En realidad no dije nada.

Seguí avanzando sin remedio a mi corto destino. En un rato estaría la banda sobre mi haciéndome preguntas estúpidas y pateandome la cara que luego se desfigurará y en un mes de ojos cegados y morados estaría lista para la otra calle.

Quizás nadie salga por temor a los fantasmas que dicen ahí habitan. Me han salido varios pero están en otro cuento. La gente no pasa por miedo a que les salga su propia conciencia diciéndoles sus verdades y pues neta habrá quien tenga miedo a eso.

A mi pueden preguntarme lo que quieran, me daría mucho gusto contestarles. De todas formas los malandros fueron saliendo con sus perros entrenados. Primero uno y atrás de él otro y otro. El tercero era el del perro. Era un perro criollo cruzado en el barrio, no un pitbul ni un bulterrier.

De todas maneras pude ver los tatuajes en los brazos de los vatos, no muy claros, tal vez no se bañaron y es costra que hizo un dibujo amorfo en el cuero. El reto frente a ese trío parecía sencillo a mí entender, de modo que apreté los dientes como si estuviera mordiendo un elote.

Cerré los puños no sé por qué pues nunca han dado un golpe como en las películas, me troné los dedos y parece que rompí uno, no supe, mi mirada estaba en mis futuros enemigos. Ya iba perdiendo, con mis dedos torcidos.

Frente al pelotón de fusilamientos que ahora eran esos tipos me armé de valor. Sé que los golpes no duelen en ese rato. Así que levanté la cabeza y los vi a los ojos. Eran igual que los míos aunque de malandro.

Pensé si yo mismo no era uno de ellos. Pero ellos estaban enfrente. Vieron mis puños cerrados y corrieron. Comencé a corretearlos al rededor de la manzana. Por momentos no se sabía quién perseguía a quién. Fue cuando desperté gachamente. La primera pelea que iba ganando y me despiertan.

Sigo especulando. Tal vez en el sueño hubiera ganado. Pero desperté o quizás comencé a soñar que escribo y existo. Veo la calle, el perro corriente.

No hay nadie, sólo yo de nuevo en la calle que es la misma de siempre. Busco una piedra, una varilla, un golpe traidor que me despiete realmente.

Pero es imposible. Nada gano, seguiré siendo un fantasma que teme a otros fantasmas con pretenciones de gente, de las que votan y cuando llueve se mojan. HASTA PRONTO.

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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