Cd. Victoria.- La separación de Tejas como parte de México, representó una afrenta difícil de borrar para los compatriotas de aquella época, por lo que desde 1836 cuando Santa Anna firmó los tratados de Velasco, los subsecuentes gobiernos nacionales buscaron sin éxito, la forma de lanzar una ofensiva para recuperar ese territorio. Por esa razón, el Ministro de la Guerra mandó una misiva a los gobernadores de Veracruz y Tamaulipas, para que en sus respectivos Departamentos organizaran una milicia de Defensores prestos a defender la soberanía.
Don Gregorio Hernández
hombre fuerte de Morelos
En la villa de Morelos también vivía un ambiente de patriotismo propio de los deseos de recuperar Tejas.
En ese sentido, el 21 de agosto de 1845, el Subprefecto de Santa Bárbara comunicó al gobernador Victorino T. Canales, que el 17 del mismo mes, don Gregorio Hernández, juez de paz del lugar, le informó que, aunque en 1844 ofreció un corto donativo para la campaña que iba a iniciar sobre los tejanos y aunque ésta no se verificó, estaba dispuesto a cooperar nuevamente en esa justa empresa que el gobierno planeaba emprender próximamente.
Todo ello a pesar que sus haberes en esos días no llegaban ni a doscientos pesos, sumado a la numerosa familia numerosa que mantenía.
En síntesis, don Gregorio ofrecía para la campaña un caballo útil y un peso mensual durante el tiempo que durara la guerra con la republica de Texas, quedando sin efecto ese donativo si antes terminaba su existencia, ya que tal vez su familia pobre no podría satisfacer lo que él hacía con su trabajo personal.
El 4 de septiembre, el gobernador Victorino T. Canales, a través de don José A. Fernández, informó al Prefecto del Distrito Sur que a través del subprefecto le manifestara a don Gregorio Hernández su gratitud por tan noble donación en aras de colaborar en la campaña contra los aventureros tejanos.
Es muy probable que esa acción le valiera a don Gregorio Hernández la gratitud de la clase política estatal, sirviéndole para que en elcurso de la década siguiente dominara la política de Morelos, pues en los escasos archivos que se han localizado sobre esos años, nos encontramos a don Goyo firmar en más de una década como alcalde o Juez de Paz.
Inicio de la guerra
con Estados Unidos
En enero de 1846, el presidente Polk ordenó al general Zachary Taylor el avance desde la bahía de Corpus Christi, Tamaulipas, a las riberas del río Bravo, frente a Matamoros.
Mientras eso pasaba en el norte de nuestra entidad, en Baltazar Morelos, el presbítero José de Jesús Rodríguez Saldaña, quien era vicario del párroco de Santa Bárbara, dio sepultura el 24 de febrero de 1846 al párvulo de dos meses, José Hilario Hernández, quien murió de fiebre en El Rincón de los Difuntos.
Volviendo al tema del conflicto internacional que se avecinaba, tenemos el dato que dos meses más tarde de lo ordenado por Polk, el ejército de Estados Unidos se atrincheró frente a Matamoros, donde los mexicanos preparaban la defensa. Era más que obvio, que los que realmente venían a hacer los hombres
comandados por Taylor, era provocar al ejército mexicano y así tener un pretexto para declararnos la guerra. El mismo general oriundo de Virginia declararía:
“Mi marcha es una agresión a México… Pero un soldado debe obedecer órdenes”.
En la primavera de 1846, llegó a la villa de Morelos de Tamaulipas la noticia que había estallado una guerra entre México y Estados Unidos.
Los habitantes que pertenecían a la milicia se debieron preparar para la defensa de nuestra soberanía.
Perdido Matamoros, el ejército invasor marchó sobre Monterrey, ocupando antes las villas tamaulipecas de Laredo, Reynosa, Camargo, Mier y Guerrero.
Debido a la guerra, se vivían días muy difíciles en nuestra región, lo cual provocó mucha incertidumbre sobre el futuro de la patria y de nuestra entidad; por si eso fuera poco, pronto siguió la falta de víveres y la carestía consiguiente.
En Morelos y en municipios vecinos dedicados a la labranza, se había perdido la última cosecha y los pocos arrieros que había, temían que, al entregarse al comercio, les fueran decomisadas sus mulas debido a las operaciones militares, por lo que se agravo más la crisis.
Huida de Tampico
del ejército mexicano
Aunque el gobierno de México parecía resuelto a conservar y defender Tampico a todo trance, el general Santa Anna, al frente de las fuerzas militares, ordenó a finales de octubre su violenta desocupación, ignorándose los motivos.
El mismo gobernador Manuel Núñez Ponce, que se encontraba ahí de paso, hizo observar a Parrodi el peligro que se corría en abandonar la plaza, y le ofreció recursos para sostenerse.
Pero Santa Anna indignado por tal resistencia, repitió las órdenes y el puerto tamaulipeco fue evacuado por Parrodi el 27 de octubre, y ocupado el 15 de noviembre por marinos al mando del comodoro Conner; quien posteriormente la entregó al mayor general Robert Patterson, de las fuerzas de tierra dirigidas por Zacarías Taylor.
La conducción de trenes y efectos que había en Tampico había sido encargada al cirujano Francisco Marchante, quien cargó todo lo que se podía salvar en los buques “Unión”, “Poblana” y “Queretana”, deteniéndose en Pánuco por varios días, al no tener los medios para continuar.
Al quedar el puerto en poder del enemigo, no faltó el clásico lambiscón que les diera aviso de la problemática de Marchante, recayendo esa conducta traidora en un tal Cervantes; quien los instó a proseguir hasta Pánuco en persecución de los patriotas mexicanos.
Al saber lo anterior, por un oportuno aviso, don Francisco se vio en la penosa necesidad de abandonar mucha de la carga que llevaba, continuando su viaje a duras penas en once canoas hasta el Pujal, cincuenta leguas río arriba, y a siete de la villa de Valles.
El subprefecto de Valles, don Manuel Bernardo Castellanos, informó al gobierno potosino, que en el Pujal había hombres suficientes, bueyes y mulas para el transporte de este cargamento a la villa de Tula, pasando por Morelos para de ahí seguir hacia Santa Bárbara.
Mientras los gringos se empeñaban en capturar los materiales confiados á Marchante, el general Urrea, que extrañaba ya la tardanza de éste, dio orden y puso a disposición del capitán D. José Antonio Diaz, setecientos pesos para que se trasladara a cualquiera lugar que aquel se encontrase y activara la conducción de importantes objetos.
El citado Díaz, bien remiso en su comisión, se contentó con trasladarse a Valles, donde sin hacer grandes diligencias ni pesquisas, aguardaba tranquilo su llegada.
Instruido entre tanto Urrea cuanto le había acaecido a Marchante, por cartas de Tampico, vio el peligro mucho más inminente de lo que hasta allí se lo había imaginado, y pensando ya sólo en reparar el mal que se había hecho al abandonarlo, ordenó a don José Barreiro que saliera rumbo a la huasteca para activar la conducción de los trenes.
El comandante D. José Barreiro salió de Tula el 28 de noviembre de 1846, llevando consigo una sección de 200 hombres de infantería y un piquete de caballería, para así proteger el desembarque de los trenes.
Ya en la villa de Valles, él y Castellanos reunieron una pequeña División, compuesta por cerca de setecientos hombres de la Guardia Nacional y labradores de las cercanías que había reclutado el subprefecto, con los que pudieron destacar fuerzas en todas direcciones, dirigiéndose ellos personalmente hasta el Pujal, situado a la margen del río, donde se encontraba ya Marchante.
Los norteamericanos habían llegado en sus vapores hasta el Tamonal, pero al ver la superioridad de fuerza que había acudido en auxilio de Marchante, no quisieron aventurarse a un fracaso inminente y después de haber pillado las pequeñas poblaciones y rancherías de aquellos contornos, regresaron a Tampico.
Una vez en el Pujal, el 1 de diciembre de 1846, Barreiro activó el desembarque de los “bongos”, “piraguas” y canoas para su conducción a Tula, contando con el total apoyo del subprefecto de la villa de Valles Manuel B. Castellanos y los regidores del ayuntamiento.
Todas estas peripecias llegaron hasta el general Antonio López de Santa Anna; quien hizo graves inculpaciones á Urrea, exigiéndole que, sin pérdida de tiempo, mandase al general Joaquín Morlet, del Regimiento de Puebla, para que salvase aquellos trenes.
Morlet llegó a Valles el 6 de diciembre, dando parte de ello a don Ramón Adame, gobernador de San Luis Potosí. Estando en la vecina villa, se encontró ya el convoy caminando en buen orden.
Después de varias peripecias, las tropas mexicanas emprendieron su marcha rumbo a Tula, llevando consigo las diez piezas de artillería, trenes de guerra y el estanco de Tampico, internándose a Tamaulipas por el rancho de San José del Sabino, para de ahí llegar a la villa de Morelos, de donde pasaron hasta Chamal, al pie de la sierra.
Esto aconteció entre el 7 y el 10 de diciembre de 1846.
Octavio Herrera menciona que los vecinos de Morelos prestaron auxilio en la tarea de transportar los vahajes del ejército, sobre todo para cruzar las cuestas de la Laja y Gallitos, como anotó un testigo de la época de nombre Eugenio Sandoval:
“Para subir por dichas cuestas parte de la artillería sacada de Tampico en fines de 1846, fue necesario estrechar a todos los moradores de aquellos contornos, para que personalmente y con hartas yuntas de bueyes, lograsen con mil afanes y esfuerzos subir las referidas piezas”.
Por Marvin Osiris Huerta Márquez




