TAMAULIPAS.- Han pasado más o menos 15 años desde que recrudeció la violencia en Tamaulipas. Los enfrentamientos, los secuestros, las fosas clandestinas, las masacres, inevitablemente forman parte de la memoria colectiva de los tamaulipecos. Pero durante mucho tiempo, las autoridades de todos los niveles sucumbieron a la tentación de minimizar los hechos, o incluso intentar ocultarlos.
Así lo prueba el hecho de que el campo de exterminio encontrado en el ejido La Bartolina, Matamoros, ya había sido detectado desde el 2016, pero la entonces Procuraduría General de Justicia del Estado, intentó ignorar los hechos.
En aquel momento, dijeron que no había confirmación de que los restos óseos hallados en el sitio -a unos cuantos kilómetros de la frontera con Brownsville- fueran humanos y deslizó la versión de que serían huesos de animales.
El comunicado publicado por el Grupo de Coordinación Tamaulipas decía textualmente: “Precisa que en los terrenos del ejido que fueron objeto de revisiones por parte de personal de Servicios Periciales y elementos del Ejército, no se encontraron fosas de ninguna naturaleza, solamente un tambo de 200 litros de capacidad que contenía cenizas y fragmentos óseos, desconociéndose si son humanos o animales”.
Después apostaron al olvido, hasta que la presión de los colectivos de familiares (heroicos protagonistas en este drama) fue tanta que la Comisión Nacional de Búsqueda no tuvo más que apoyar las exploraciones para confirmar que ahí yacían los fragmentos de lo que alguna vez fueron decenas de cuerpos humanos. Lo mismo ocurrió en el rancho El Papalote, en Gómez Farías.
Desde el 2013 había reportes de la existencia de un campamento donde los criminales se dedicaban a desaparecer (literalmente) a cientos de personas. Pero no fue sino hasta el 2017 cuando comenzaron las exploraciones más formales en el terreno, donde también se han detectado miles de restos óseos.
En ambos casos se perdió mucho tiempo valioso, lo que complica todavía más las tareas de identificación.
El Papalote y La Bartolina son una muestra de la fallida estrategia que emplearon las autoridades durante muchos años, incapaces de entender que no hay forma de solucionar un problema si este no se reconoce, y se mide en toda su dimensión.
Hoy, desde la sociedad civil se impulsan esfuerzos por revisitar los episodios más cruentos de la historia moderna en la región. Ejercitar la memoria, como han hecho otros países que han pasado por situaciones similares, es un paso inevitable para una sociedad que aspire a seguir adelante.
Por eso, ha calado tan hondo la programación en Netflix de la serie Somos, inspirada en la matanza de Allende, Coahuila en el 2011, y escondida durante muchos años como La Bartolina, El Papalote, San Fernando y tantos capítulos más de la violencia en el noreste del país.
Por la misma razón, habrá que ver La Civil, una película basada en la increíble historia de Miriam Rodríguez, la activista de San Fernando asesinada el día de las madres del 2017. Y a la autoridad, que ayer ofreció una disculpa histórica por las desapariciones masivas de Nuevo Laredo, habría que exigirle mucho más que actos protocolarios.
Encontrar a miles de personas no localizadas, y poner un alto a la desaparición forzada debe ser su prioridad.
CATALEJOS / MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021




