10 diciembre, 2025

10 diciembre, 2025

La casa del pintor

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Apenas vislubras la casa del pintor y se observa la notable diferencia con otras construcciones vecinas. Colinda al sur con una casa de corte moderno como la mayoría de ese sector que sería imperdonable llamar colonia, es un fraccionamiento de moda.
Al norte la casa de junto tiene cochera con cortinas eléctricas para varios vehículos que no se observan desde afuera.
Llegas a la casa del maestro y afuera lo primero que ves un árbol que creció bastante como para estar en la banqueta. De él penden dos columpios que el maestro pintor colocó usando dos mecates y hule grueso de llanta para que ahí descansen o se mesan quienes por ahí pasen. Si así lo desean.
Luego empiezas a notar que ahí vive alguien diferente, como todas las personas, pero hasta que lo vemos con claridad, como en este caso, nos damos cuenta. La gente raramente anda a pata por estos lugares, pasan en su carro y les llama la atención el pequeño parque solitario empotrado en su mundo que debiera ser distinto al resto, aunque sea el mismo. Tampoco hay perros callejeros ni ruidos o sonidos, ni música de cumbia en el radio. Reina el silencio gigantesco que si pones atención las mismas cigarras respetan.
La puerta modesta brinda la oportunidad de conocer la disposición del maestro para colocar los objetos y volverlos arte. Encima un marco también de madera sistiene una campanilla, creo de bronce, para llamar y él sale en seguida.
Antes de entrar sale un perro común de esos que no tienen marca y sí muchos privilegios, como su propia casa y libertad para correr por el patio. Abres la puerta o la abre el maestro y lo que sigue es tu inclusión a una instalación plástica. Por donde camines no podrías negar que te sientes parte de una galería de arte contemporáneo. Caminas por el pasillo y a diestra y siniestra tratas de disfrutar los planos, la luz por donde entra
y los colores reflejados en las plantas que destacan el jardín multicolor que cambia con las horas. Pudiera ser un reloj de flores si quisieras.
Habrás saludado al maestro que pinta y modela en este universo. Su palabra difiere de su charla y hay que estar atentos por lo bordes de las texturas que son palabras semejantes a la pintura y a los dibujo que perfilan las formas.
La fachada de la vivienda tiene en buena parte incrustraciones de conchas marinas y trocitos de espejo que unos albañiles colocaron con instrucciones del pintor que busca la belleza en todas sus manifestaciones y lo logra. Él dice que es una obra de arte de los albañiles. Sobre una mesa del patio hay manzanas desvalagadas y ahora están los mangos que le traje. Las sillas dispersas para que se acomode a su gusto quien las use. No es posible encontrar monotonía por ningun lado de esta parte del mundo.
Conforme se avanza uno mismo interpreta la opera prima de risas y llanto, comedia y tragedia desde el dintel por donde penetras a la primera instancia. Te vuelves arlequín, títere sumiso al propio titiritero de callejón sin salida. En el primer cuadro que es la estancia debiera estar la sala pero no se nota; está… mas no puedes verla. Uno ve las paredes con cuadros del artista y de otros, amigos suyos, y dos dibujos de un tal Rigoberto. Entonces quieres ver más y buscas hasta en el piso impecable y no falta qué artista muestre su galería sonriente abajo de una estantería o sobre un esquinero.
Para entonces estás en el viaje emocional que como un tren te transporta sin permiso y no te atreves a preguntar de qué sitio de la imaginación se puede encontrar todo esto y el maestro te adivina, te aclara que él es un explorador del reciclaje, de objetos de segunda mano aún respirando, y el tiempo y el maestro juntos restauraron.
El maestro ha dicho dos palabras, pero las imágenes que guardas son muchas. Y cuando parece que fue todo, el maestro te dice: ven para que veas en lo que estoy trabajando y entonces se acaba el mundo o jamás lo has vuelto a ver como haya sido antes.
HASTA PRONTO.

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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