Lo que para un deportista puede ser un mal día o una mala calificación por falta de concentración, para una mujer atleta la presión es mayúscula, debido a que el juicio inmediato abarca hasta sus emociones más íntimas, sí la desconcentro la pareja, sí le quedo grande el compromiso, sí no estaba bien mental y físicamente, porque no lo dijo antes, hay que escudriñar en lo más hondo, porque no está bien visto que una mujer desista.
El debate que la campeona de gimnasia Simone Biles coloca en la agenda mediática mundial, es muy interesante y obliga a hacer análisis más allá del deporte de alto rendimiento, y así en este contexto muchos comentaristas deportivos se han vuelto un poco psicólogos y emiten juicios sobre lo que puede estar pasando en la mente de quien decide bajarse de la competencia y perder el oro.
Sin embargo, la empatía de la joven estadounidense con más de la mitad del planeta es porque muchas veces, muchas mujeres, pasamos, pero un trance emocional que debemos disfrazar, invisibilizar y ocultar, socialmente no está bien visto que las del “sexo débil” se quiebren y lloren, aunque nos enseñaron a llorar como niñas.
Está bien no estar bien, apuntan algunos en las redes y se suman más voces, que, con sus propias historias, remarcan que este tiempo extraordinario trae más estrés a ellas que a ellos.
Pero no nos acostumbremos a estar mal anímicamente, hay que pedir ayuda, prevenir, detectar y atender a tiempo los males emocionales es tan importante como atender una gripa o el mismo Covid.
Simone Biles declaró que llegó a los olímpicos ya exhausta que la pandemia y el confinamiento habían hecho mella en su salud mental, que físicamente podría dar más, pero priorizaba estar mejor desde su interior.
Y efectivamente aun cuando los efectos de la pandemia nos han tocado a todos, en lo económico, social, educativo o laboral, las mujeres están sorteando más las afectaciones emocionales.
Guardando las proporciones y desde luego que las exigencias para la deportista son diferentes, pero para el caso de las madres que debieron dejar de trabajar para atender a sus hijos sin escuelas, para quienes perdieron un familiar, para las que perdieron el empleo, para quienes interrumpieron estudios y peor, para las que están en confinamiento con su agresor, estos meses también han sido todo un calvario.
Y muchas, deben mantenerse con cara amable frente a la familia, muchas no pueden pedir ayuda, pero están cansadas, agobiadas y estresadas.
Exactamente hace un año, mujeres líderes a nivel mundial pidieron integrar la salud mental en la respuesta al Covid19, la Doctora Carissa Faustina Etienne, médica y salubrista dominiquesa, experta en gestión sanitaria, sistemas de salud y atención de salud y directora de la Organización Panamericana de la Salud, había dicho que antes de la pandemia, las mujeres de nuestra región ya eran un 50 por cien más propensas que los hombres a sufrir trastornos de depresión y tenían el doble de riesgo que los hombres de padecer ansiedad.
“A medida que aumentan los riesgos de violencia y de desestabilización de las condiciones de salud mental, como suele suceder en el marco de las emergencias, podemos anticipar mayores necesidades de las mujeres y sus hijos en cuanto a apoyo psicosocial y servicios de salud mental. A pesar de estas preocupaciones obvias, la salud mental sigue recibiendo una atención inadecuada desde la salud pública”, dijo entonces y no hay propuestas para revertir este daño.
Según la OPS, el promedio de gasto público en salud mental en América es apenas un 2,0% del presupuesto total de salud.
Estamos angustiadas, histéricas, estresadas y solas, pero no normalicemos estar mal, hay que reconocerlo, hablarlo y pedir ayuda especializada.
POR GUADALUPE ESCOBEDO CONDE




