La calle es un murmullo cuando no la miras. Es el paisaje urbano por donde pasamos a diario. Es un solar con carros que buscan dónde estacionarse. Detrás vienen otros, muchos carros que si te fijas pierdes el día viéndolos.
Dicen que abajo de esta ciudad hay otra. Dicen que si caminas rápido se adelanta el tiempo. Pero aquí no existen los relojes. La calle es el tránsito citadino circulando por la derecha. La banqueta acota el paso de la infantería que se dirige a una guerra injusta.
Los pasos se escuchan y marcan el paso y la marcha es como en los recreos entrando a clase todos juntos. Sé a dónde van desde hace muchos años. Aún no llegan ni se acaban los zapatos. Pasas el callejón y ves el pavimento. Luego brincas y ya estás de nuevo sobre la banqueta.
Podrías rebasar a uno y otro, e ir adelante como piloto de carreras. Piensas eso. No hay tiempo que perder, pisas el acelerador y avanzas rápido por un lado de la marcha y te abren espacio, no son tan envidiosos.
Enseguida levantas la vista como un jugador del medio campo que busca iniciar una jugada, así estás un rato hasta que te acostumbras a ver el montón de gente y después nada, ya para qué, ya terminaste de correr.
Hay señoras que pasan corriendo, cruzan la calle que sigue y después en la otra se pierden de vista. De vez en cuando pasa un chavo en una bicicleta. Y la calle absorbe todo ese paso a su cueva y a los patios. Luego se despoja de ellos cuando se hace tarde.
Alguien gritó y hubo quienes fueron a ver. Dos personas se ven por primera vez enfrente de una tienda y luego se olvidan al dar vuelta a la cuadra. Dos perros hacen lo mismo y mueven la cola, dan vuelta atrás de sus dueños y lo siguen hasta que uno de los dos entrega los tenis. La calle es el fondo que dicen, la calle donde algunos viven, es calle con que haya quién pase bueno y sano, o como guste pasar. Habrá dónde le hagan un examen.
La otra vez estabas saludando, pero saludaban al señor que estaba atrás de ti. Es fácil equivocarse de cuadra y de número.
De lejos todos nos parecemos, a no ser por el estilo, el tumbao o el meneito de las mujeres. El resto es anonimato caminando sospechosamente por la vía láctea, en peligro te la hagan de tos.
A calle es un río y suele llevar agua a su molino. La calle es también escalera, sube y baja de niños. Escondite, viento cuadrado, luz detrás de las casas, y un largo hilo de estambre que va tejiendo de alambre las construcciones de la nueva ciudad es la calle.
Te mueve el ritmo de la gente, la música de las canciones. Si no quieres ni un ciclón
te mueve. Te mueve la prisa al filo de la calle y en el rubor negro del asfalto. Tu luz es de semáforo rojo porque detienes el aire y luego pasas en verde, ya caída la puerta y puesta otra vez para reaunadar la charla.
Siempre tengo la equivocada impresión de que quienes caminan por calle van con dos opsiones que parecen la misma: persiguen o los persiguen. La calle por eso es un arma de dos filos, si alguien corre huye para estar en otro sitio, o es perseguido a la velocidad de la luz que sale de un poste de la comisión federal de electricidad.
La calle con mucho es una pista de carreras donde se podrían jugar apuestas. Los carros en primer término arrancan y en seguida las motos de comida rápida y por ultimo las bicicletas. Cuando termina de pasar esa banda, pasa el batallón de la infantería. Vas viendo a quien rebasas y ya te diste cuenta que todos piensan lo mismo abajo del semáforo.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA