5 diciembre, 2025

5 diciembre, 2025

Escribes y papel vuelve al aire

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Escribir es un acto de fe. Un acto de amor profano. Es un arrepentimiento y confesión de parte en el tribunal. Escribir es un dilema de palabras, una pajarera elección que vuela de las manos y se pierde entre los anónimos lectores. Escribimos lo que somos.
Cuando la frase elocuente cruza el espacio que va de la mente al cuerpo, y este se acomoda y proyecta en el terreno de la imaginación, juega sus cartas, comienzan a brotar las ideas que van de un sitio a
otro del amor y el desamparo. Entonces comienzan a brotar las palabras con la llegada estremecedora de un buen texto, o mejor aun, un pésimo entuerto así considerado por los enemigos y conciliábulos.
Con todo eso escribimos. Apenas pensamos algo en la puerta de las ideas vagas y se nos va el sueño. Lo hacemos así desde niños cuando en soledad hacemos la tarea que nos encargaron sin saber todo esto, ni cómo ni en cuál precipicio la hacemos. Juntamos una letra con otra y he allí una palabra contradictoria, no tenemos más que esas y nos toman por sorpresa, nos abordan en el barco y empiezan a decir sin nosotros lo que en realidad ellas piensan.
Desde entonces escribimos lo mismo pero con distintos sueños. Contando la misma historia que parezca otra y no la nuestra. Así moriremos, con las primeras palabras que dijimos y nadie oyó, pues los distrajo el ruido de un avión que iba pasando.
El párrafo nutre de ocasiones la memoria, aroma de flores, de mierda y pasiones. El lector hace gestos, contorsiona en el trapecio sin redes y cae del suelo completamente ebrio.
La noche es larga urganado entre palabras y enunciados que nada dicen. Cada provocación es una palabra, una palada de tierra cubriendo a otra hasta que es descubierta. De pronto un fonema, un espacio en blanco, un presentimiento, una breve retirada del terreno de juego deja en claro un silencio neutro, nos vuelve al pensamiento.
Llegado el momento el escritor se hace pedazos e intenta volver a la vida y salvar los pedazos que han quedado y vuelve a inventarse.
Escribir es también leer un libro ajeno que en ocasiones nadie lee. O un libro que escrito por otro que se va leyendo en el almácigo de los recuerdos olvidados. De alguna manera comienza la voz a manifestarse antes de la lluvia de palabras, antes de cruzarla calle y de mirarnos desde la otra acera donde empezamos. El papel vuelve al árbol.
Cuando la persona escribe otras la miran escribir ¿Qué pensarán? ¿Pasará por su mente el fuego cruzado que es decir esto y aquello en medio del fuego cruzado en una batalla perdida? Escribir no necesariamente es una guerra, pues hay textos tranquilos a la orilla de un parque y una llovizna ligera.
Sé escribe como si fuese necesario escribir poemas en las paredes. Garabatos en las puertas, sonidos de la naturaleza, objeciones del pecado y a las rosas. Se escribe porque es un camino abierto a la esperanza y a las ilusiones, un encuentro eficaz en la ciudad, en los callejones que recorren el barrio.
Escribimos necesitados de afecto, de terremotos, de ausencias necesarias y remotas. Se escribe por Dios y por todos nosotros los santos y santificados. Se escribe porque sí ¿y por qué no?
Escribir es leerse. Acercarse uno mismo al espacio aterrador ya escrito. Las palabras de una por una no son invento propio y habrá que decirlas a ocho columnas aunque huelan a estiércol.

HASTA PRONTO.

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS