Victoria.- Como cada quincena, el Caminante acudió religiosamente a ‘asaltar’ el cajero para cobrar su sueldo, y se topó con una inusual fila de 8 personas esperando para usar el dispensador de efectivo.
Aunque era aún de mañana, el sol de la canícula ya empezaba a causar estragos entre los cuentahabientes que se empezaban a acalorar sobre esa acera de la calle Hidalgo.
Pasaron mas de 5 minutos y algunos prefirieron salirse de la fila e ir a buscar otro cajero.
Finalmente quedó el Caminante en medio de dos personas que decidieron permanecer en el lugar para retirar su dinero.
Adentro de la cabina, un par de adultos mayores batallaban para seguir las instrucciones del monitor: insertaban su tarjeta, lo sacaban, lo limpiaban y hasta ensalivaban, pues al parecer el plástico estaba presentando fallas para ser leído por aparato electromecánico.
El hombre que estaba al inicio de la fila finalmente se desesperó y abrió la puerta de la cabina e intercambió un par de preguntas, en un tono hostil y visiblemente irritado.
En tanto que el par de ancianitos se miraba uno al otro, preocupados de no poder retirar su dinero, el hombre aquel estalló ante la tardanza:
“¡Si no sabe usar el cajero mejor sálgase!” les gritó a los señores de de la tercera edad.
Fue entonces que se armó el ‘traca traca’ entre el grosero gritón y las otras personas que aún permanecían en la fila.
– ¡Eh carnal! ¡No te pases de lanza con los viejitos! – dijo un hombre que había llegado al último.
El Caminante también se molestó por la actitud del fulano, pero decidió no confrontarlo, sino mas bien pedirle paciencia para tranquilizar la situación.
– ¡Pos es que ya tienen mucho! ¡Tienen mas de diez minutos picándole al cajero! ¡si ya no sirve la tarjeta ya que ahí lo dejen! – agregaba el bato enojado.
Los ancianos se dieron cuenta de la acalorada alegata y prefirieron irse rápidamente del lugar.
Más tarde, en esa misma calle, un automovilista con placas de Nuevo León que fácilmente rebasaba los sesenta años tuvo que pisar el freno a fondo para no estrellarse con una motocicleta que se le atravesó en el cruce con la calle Diez.
– ¡Fíjese anciano! ¿No ve que este cruce es de ‘uno y uno’? – reclamó el chavo que iba a bordo de su Italika color verde fosfo.
El ‘don’ al volante parecía no entender la ira del motociclista, pues claramente vió cómo el señalamiento de alto lo favorecía.
– ¡Abusado viejo pendejo! – le gritó el de dos ruedas al tiempo que se alejaba.
El Caminante ha sido testigo de innumerables episodios como éste, en el que ciudadanos se desesperan con los ancianos al volante, en los pasillos del super, en los micros, en las aceras y un montón de lugares más.
Muchos de ellos con reclamos parcialmente justificados por la característica lentitud de las personas de la tercera edad.
Sin embargo no deja esto de ser una irrefutable falta de respeto hacia aquellos que ya cuentan con muchas hojas del calendario.
Tal vez, muchas de estas personas que pierden el temperamento fácilmente con los ancianos no se han puesto a pensar que la senectud tarde o temprano alcanzará a todos y en algun momento estarán del lado opuesto de la discusión.
Lamentablemente el maltrato de las personas mayores constituye un problema social que afecta la salud y los derechos humanos de millones de personas mayores en todo el mundo pues de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud uno de cada seis ancianos a nivel mundial sufre de algún tipo de abuso.
Este problema se manifiesta de muchas maneras: desde maltrato físico, psicológico, abuso sexual y abandono hasta explotación financiera y otras más.
Son precisamente las personas de la tercera edad quienes más desconcierto experimentan al notar que las generaciones recientes no respetan a los mayores, pues prácticamente el mundo en que crecieron, y que se regía por una escala de valores practicamente ha desaparecido.
Tal vez el rompimiento con las costumbres pasadas, que normalizaban el machismo o el bullying ha llevado a muchos jóvenes a perder esa devoción hacia los ancianos que caracteriza al pueblo mexicano.
Ojalá que en los tiempos venideros, se pueda hacer algo para corregir estas conductas que destruyen y dañan el tejido social de la capital, que en lejanos ayeres era conocida como una “ciudad limpia y ciudad amable”. Demasiada pata de perro por esta semana.
Por Jorge Zamora




