Cd. Victoria.- Doña Tere ya no prende veladoras, porque el dinero se le acabó. Todo su patrimonio se ha extinguido, primero, por hacer el sacrificio de enviar a su único hijo, Aarón, a estudiar medicina en una escuela particular.
“Vendí todo lo que tenía, una camioneta, un solar y algunas cosas que nos dejó mi difunto esposo, todo para que mi hijo cumpliera su sueño de ser doctor” cuenta Doña Teresa al Caminante, cabizbaja, pero sin derramar más lágrimas, pues está decidida a tener esperanzas en Dios.
Hace unos años, su unigénito abandonó el empleo de albañil que combinaba con su educación media superior, para embarcarse en la misión de estudiar medicina.
Al inicio, con desvelos y muy pocos recursos, comenzó una vida de desvelos y extensas jornadas de estudios, con el firme propósito de ser el primer galeno de su familia.
Aunque no presume de conseguir las notas más altas, sí llegó a ser sobresaliente en su generación.
Y aunque tuvo que hacer una pausa en sus estudios durante medio año debido a sus minadas finanzas, cuando regresó a las aulas lo hizo de forma más determinada.
Pero Aarón nunca imaginó que el verdadero reto de su carrera no sería aprender todo sobre el cuerpo humano y sus patologías con exámenes complicados y pocas horas de descanso, sino, al momento de aplicar su servicio social.
Aarón sentía mucha ilusión de pasar ese lapso en algún hospital, aprendiendo de primera mano sobre tantas cuestiones, pero el destino le tenía preparado un escenario totalmente desconocido: llegó a cumplir este compromiso en un hospital reconvertido para atender enfermos de Covid-19, en plena pandemia.
De principio y ante un panorama totalmente incierto, Aarón fue recibido por crisis sanitaria con una escasez total de equipo de protección personal para prevenir infecciones y que tuvo que suplir con sus propios medios: desde guantes, batas o delantales, máscaras y protectores respiratorios hasta gafas y caretas, que, dicho sea de paso, deben ser desinfectados y remplazados constantemente.
Él y los demás pasantes se hallaban en la temible ‘primera línea’ sin tener siquiera las prestaciones sociales necesarias por no ser empleados del sistema de salud. Ah, pero eso sí, las instituciones de salud y escuelas que envían a los pasantes a brindar sus servicios los obligan a tomar muestras y atender de primera mano a los enfermos, en este caso de Covid-19, sin brindarles equipo de seguridad o bien garantizarles condiciones seguras para desarrollar su digna y necesaria actividad.
Aunque el muchacho se sentía psicológicamente preparado para realizar su pasantía, el elevado riesgo de contagio y la intimidante mortalidad que presenció lo hizo flaquear en distintas ocasiones, sobre todo cuando uno de los pacientes intubados fue precisamente uno de sus compañeros.
De manera muy sigilosa los jóvenes estudiantes se convirtieron en la fuerza laboral que carga en sus hombros al Sistema Nacional de Salud, debido a que muchos médicos y trabajadores de salud que, por ser personal contratado con todas las de la ley y que sí gozan de prestaciones y seguridad social se ausentaron de sus labores por el decreto que los eximió de trabajar por ser mayores de 68 años o pertenecer a grupos vulnerables (mujeres embarazadas o con enfermedades crónico-degenerativas).
Otra de las cuestiones que vivieron fue el favoritismo (en algunos casos) en torno a la aplicación de la vacuna.
“Había días en que sonaba el teléfono y el corazón me daba un vuelco” cuenta doña Tere al vago reportero.
“Contestaba y ya parecía que me contaban que mi hijo se había contagiado, pero al volver a escuchar su voz me regresaba el aliento, era pasar del infierno a la gloria en una sola llamada, vivía con el alma en un hilo” narra la mujer.
“Yo solo le pido a Dios que me lo regrese con vida, pues aunque ya se vacunó, él me dice que como quiera hay personas que se enfermaron o que se volvieron a contagiar, pero que si le llega a dar, sería con síntomas leves, pero yo espero en Dios que eso no pase” dice esperanzada.
Aarón terminará ese periodo en diciembre próximo, y espera regresar a casa para hacerse cargo de su hogar, ya como profesionista. Con su madre ya fue vacunada, un peso de encima le ha sido quitado, pero sabe que no todo está dicho y hay que seguir cuidándose. Esperemos que logre todos sus objetivos. Demasiada pata de perro por esta semana.
Por Jorge Zamora




