En la procesión del día con su carga, la ciudad camina despacio. Cada semilla va en su mano, los geranios en los patios, y la luna entra sola por la casa en el silencio de afuera. Adentro, como en la guerra, hay personas escuchando. Hay calles completas en cuarentena.
Ciudad Victoria habla en sus aceras solitarias y taciturnias, cada quien cuando escucha su voz escoge el recuerdo. Hasta que llega otro y lo quema. Llueve la lluvia que llenó los cántaros de la nostalgia efímera. La lluvia, libre como el aire, se adueñó de los árboles.
Pasa una hoja arrastrada sobre el pavimento y como a dos cuadras pasa un hombre, extraño sujeto, como si lo llevaran de la mano. Le tomo una foto, guardo la cámara. No hay nadie más en el horizonte extremo cantando la canción que él escuchaba. Era esta, la otra. Eran todas las canciones que había.
Que no se digan todas las palabras, que se guarden unas cuantas para cuando la gente salga y podamos gritar por las calles como de costumbre, programar el dibujado rostro que amamos con los ojos abiertos, el corazón rojo roto, corriendo fuerte, te echaba de menos, decirles a todos. Te extraño como extraño el abrazo en el tanque de mi existencia.
El techo del aire, como la tarde, como el poema del mar y de una mujer en la arena, creció como el cabello en los bulevares de una pandemia. En la calle se soltaron las canciones apenas audibles y se limpió el sudor del ruido, reducido al interior de una breve pantalla.
Ciudad Victoria habla en las aceras solitarias.
Cada quien escucha su voz y escoge su recuerdo. Llueve la lluvia que llenó los cántaros de la nostalgia efímelra y libre como el aire.
El viento hila sonidos a la medida de una rendija en la puerta por donde asoma una persona y muestra su mejor sonrisa.
La espera es una cuarentena, un rincón de la soledad en las manos de alguna manera, el sol crece poco a poco en la mirada, es bonito reconocer que se ilumina y uno se allana al interior de los brazos, como de los muebles y aparatos, en un interior que gira el mundo como las pestañas en los ojos profundos. Todo quedará al final en algunas crónicas.
La ciudad aprovecha su soledad para pintar de nuevo las casas que ven los ojos. Para barrer las hojas escritas, las heridas como tatuajes.
Sobre el piso los niños pintan sobre
una hoja con crayolas lo que ha sido de ellos. Cuando la gente salga se sorprenderá que las casa y calles, las plazas por más ignoradas, siendo las mismas sean más bonitas. El viento rima de nuevo los poemas sin voces. Es música líquida, son labios que cantaron. Cántaros.
Miren: pinten de nuevo las casas, y los poemas que duermen en la orilla de las ramas y de las casas. De los cuerpos mojados hagan piedras arrojadas. Los artistas saben de eso.
Ciudad arriba de la mesa o sentada en un sofá, te esperan en las banquetas y las calles, en los tianguis y el mercado Arguelles. Te esperan los vendedores de dulces y chicles en el 7 bulevar.
No hay ciudad sin personas. La gente es la ciudad completa, pese al silencio de los bulevares.
Ciudad, te extrañan los coches que no pudieron salir en tu ausencia, las risas calladas guardadas desde ayer, el tren que extrañaste.
Te extraña el poema que nació antes que el poeta, te extraña de la mano al papel, como hombre en la arena, como palabra en los labios, en el corazón de las calles.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA