TAMAULIPAS.- La puerta del carro se abrió y en seguida se cerró suavemente. Habían sido apenas 3 o 4 segundos en los que alguien subió y cerró la puerta de aquella manera.
Como queriendo que nadie la oyese. La puerta tuvo que ser ayudada hasta el último instante para no hacer ruido.
Un sonido seco que todos escucharan. Un estruendo amontonado en el espacio. La puerta cedió y atrancó con seguro. Desde ahí se vio cómo el carro arrancó despacito como un avión que va tomando velocidad hasta emprender el vuelo.
Al salir del estacionamiento volteó a ver si venia un carro, algo así como él, y al ver que no venía ningún carro cerca salió y avanzó por la calle con mayor prisa, ya en segunda, antes de llegar a la esquina donde hay un alto.
El coche es de un color verde, pero de cerca es de un azul extraordinario, ha de ser el sol que le ha dado. Un color indescifrable dependiendo por donde vaya uno pasando y a la hora que pase. El que lo lleva es un chofer sin distinción de raza, un coche no discrimina.
Con que no lleve hambre, con tres pesos en la guantera. Desde ese estar arriba del carro, mientras arranca, se ha llorado mucho y a escondidas. El carro es según el modelo. Sobre la puerta de adelante donde va el chofer el carro luce casi con orgullo una abolladura.
Es una cicatriz , un tallón, un tatuaje urbano y de uso obligatorio en una ciudad como esta. Si fuese nuevo ya hubiera llegado pero va despacio. Ya anda en esas de “más vale paso que aguante, que trote que canse”.
Con todos los dichos en contra y ninguno en favor. Andaba rodando tranquilo, pues gracias al toque de queda lo habían dejado en paz la noche de anoche. Las llantas como nuevas rodaban seguras de sí mismas y volvían a rodar bastantes veces. Pero quién se iba a andar preocupando por eso en ese momento.
El motor es una buena máquina. Es todo lo que se dice cuando no se sabe ni pío de máquinas. Ni de nada. No como otros que sacan los números, las capacidades, los caballos que salen corriendo del carro. Sabe a qué horas se le echa agua a un carro sin ahogarlo.
Cuando un vehículo llega hay personas esperando, quieren saber quién viene. Quien lo maneja y si viene cansado. Los niños va a tocar el carro para ver si es cierto. Los grandes saben si viene caliente y van por una cubeta y levantan el cofre. Se ha reunido en el entorno un poco de gente preguntando si todo está bien, si no para irse. Al carro no le gusta estar mucho tiempo estacionado pues se le pegan los empaques.
Eso dicen. Hay chiquillos que se suben sin permiso, un carro detenido no es como uno, es como una casa o como un edificio con sus escaleras y todo. En cambio un carro tiene la obligación civil de moverse de su sitio, para eso tienen llantas, para eso se hicieron desde los carretones.
En la noche el carro se anuncia con sus luces, en ese pequeño día un gato se atraviesa, un hombre pide un aventón, quien maneja aún no almuerza. Todavía le cuelga un rato para llegar a donde quiera. Échenle agua, la raza quiere saber si el chofer va despierto o si yo voy manejando. Otros se fijan por abajo para ver si el carro va pasando aceite.
Preguntan cuánto le costó al vato. Todo eso afuera de un bar en una parada técnicamente permitida. Cuando los carros mueren, algunos de ellos todavía pasan un rato en los purgatorios de los Yonkes. En el cementerio de huesos y autopartes usadas, se ve el rostro del grito desesperado de los que ven venir a otro.
A este se ve que lo chocó un trailer, ni chance le dió de anotar las placas, decirle algo aunque fuera. Hay carros que se retuercen si les arrancan una manivela en su lecho del fin, ya en el patio donde los funden.
Pero tranquilo carrito, vamos despacio cumpliendo con los reglamentos y protocolos. Mete tercera y el clotch se suelta solo. No hay semáforos y el carro agarra vuelo como un aeroplano. Mejor espérate, le dice un compañero del yonke.
Espérate a que salgas. En eso llega alguien, se fija si anda pasando aceite, si pide agua, mete la llave en el sitio donde se mete la llave para darle la vuelta y que encienda.
Pero no prende. HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021