TAMAULIPAS.- Las piedras no tienen alas pero vuelan por las calles del barrio. Poco a poco poco las piedras se juntan y forman un metro de grava. O se dispersan y jamás vuelven a verse en la vida. Ser como la piedra de río que si la quiebras, por dentro estuvo seca. Se puede respirar su esencia milenaria, es un olor extraño y fuerte, azulozo.
En los pueblos el olor de una piedra quebrada detiene hemorragias nasales. Ha sido una vida difícil y larga la de una piedra. Por eso su dureza. Un tiempo fue agua, después lodo, pedazo de tierra, refresco, lágrima.
Metal, techo de lámina, olor, humedad de una mano antes de ser lanzada al aire. No hay cosa más costosa que una gema y ni una más barata que en la calle. Una piedra sola cumple sus deseos de única y aburrida. Pero hay días de fiesta. Hay descalabrados y derrumbaderos.
Después es río frío y a veces seco por donde cruza la gente. Hay piedras más o menos como para sentarse en ellas y luego de dos vueltas nos sentamos. La escalera es de piedra como las bardas y casas.
¿Cuantas piedras habrá? Desde un árbol la piedra es la misma y así se mira, pero está vez se ve la pared donde retachó antes de quebrar el parabrisas del carro. Nadie tomó la foto para verla con el cuate en el café, en el centro de las especulaciones.
Al fin y al cabo sigue ahí en el suelo, sin el reconocimiento público de que un día fue alguien. Otra piedra luce a media calle en la esquina rota de dos bulevares su inocultable existencia. Es una piedra redonda que flota en el asfalto como una pelota desproporcionada a propósito, para que yo lo escribiera. Y no es cierto.
Antes había más piedras sueltas que ahora. Pobrecitas. La mayoría ha sido embarcada y el viaje es el destino de una casa. Las piedras sin embargo son como lágrimas, se van desgranando de donde estaban. Llovían piedras. Con piedras taparon un pozo. La piedra se traía en el zapato. En camiones de volteo detrás del valle la recogen del río y comienza otro ciclo.
El mundo también por los siglos de los siglos ha sido un gran despedazadero de piedras. Hasta no hace mucho muchísimos utensilios de cocina eran de piedra, la misma cama. Las descalabradas en cambio ofrecen otros datos para los apuntes acerca de las piedras y sus precipicios. Hubo en el pasado más descalabrados que estos que les estoy contando.
No faltaba quien llevara su alcancía a la escuela. La raza calzaba a ver si le cabía un tostón de los grandotes. Hay piedras que parecen otra cosa y las personas las recogen. Hay piedras curiosas, piedras rotas, piedras redondas, piedras chiquitas, piedras que hacen una maqueta o un camino entre un remoto monte.
Habría que recoger todas las piedras y ponerlas en otra parte, quitarlas luego para cumplir con el círculo infantil del universo. Todo está relacionado con las piedras, son las invitadas a la sala y a la cena con bastante hambre o sin ella. Eso a uno no le interesa.
Como si lloviera. Desde abajo en su estadio imaginario las piedras más pequeñas echan porras a las más grandes. En una revolvedora van todas en el mismo colado que es como un barco. Con bar y todo. La señora dijo que con el aguinaldo harían otro cuarto y las piedras escucharon.
Se consigue una piedra y desde la mano se arma la trifulca. Y esa incólume masa dura y seca causa tal energía cual si estuviese viva y la historia continúa. En la primera parada bajan las piedras que iban en los huaraches. Las vi cuando puse el primer pie en la tierra y tal vez lo haga cuando ponga el último. Uno nunca sabe, nomás dice. HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021