TAMAULIPAS.- Hay entre los más destacados integrantes de la clase política estatal una balanza desnivelada. Si los expertos en economía y finanzas emitieran un diagnóstico sobre el proceso que ya empezó en Tamaulipas, concluirían que los aspirantes a candidatos padecen un fuerte déficit de inteligencia, un superávit de soberbia y que la tasa de ambiciones desbocadas rebasa cualquier tendencia histórica.
La expectativa ciudadana suponía con un optimismo que prematuramente se ha disipado, que la lucha entre dos fuerzas políticas, entre las cuales ya no figura el viejo PRI, garantizaría altos niveles desde sus inicios pero nada ha cambiado la praxis política en realidad Las predicciones de una competencia civilizada y una tendencia a la alza en la calidad de narrativas con respuestas más decorosas en materia de debate y de propuestas serias, simplemente no se cumplieron, se fueron por los suelos.
Lo que hemos visto hasta ahora es decepcionante. No se visualizan para Tamaulipas tiempos mejores, ni la consolidación y fortalecimiento de las instituciones ni cambios en las políticas públicas que permitan hacer a un lado problemas como la inseguridad y el desempleo que dejaron de ser burbujas aisladas para convertirse en un mal generalizado en casi todo el territorio tamaulipeco.
Se advierte que en los próximos meses, en la medida que suban de intensidad las contiendas políticas, las circunstancias de incertidumbre y los baños de lodo provocarán un desplome en la bolsa de la confianza ciudadana y que los mercados de los votos se colapsen en la medida que los índices de confianza se indigesten de discursos vacíos, de un marketing engañoso que se abastece de granjas de bots, y de montajes espectaculares que nos remiten a las viejas historias de los procesos electorales del siglo pasado.
Tal vez lo más representativo de la época que ahora vivimos y que tendrá su desenlace en junio próximo es el papel sobreactuado de los protagonistas, precisamente en un estado donde hemos tenido las peores experiencias a causa del engaño y la simulación, y es poco probable que los ciudadanos se traguen otra vez el cuento de las almas puras, impolutas, libres de todo pecado original.
Si alguna recomendación había que darles es que más vale ser auténtico, no intentar, inútilmente por cierto, borrar de golpe y porrazo pasados utilizando mentiras fantasiosas de personajes ficticios que ahora, puestos en la hoguera de las vanidades, quedan al descubierto, como si no se supiera que casi nadie es ajeno a los sesenta años de monopartidismo y su prolongación de 12 años de mandatos panistas, más seis de un neopriismo que resultó peor que sus antecesores.
Aun en los nuevos tiempos de una alternancia más real, persisten los vicios del pasado, la simulación y las flaquezas que históricamente han caracterizado a los políticos mexicanos y pervertido la función pública. Por eso la Tragicomedia Mexicana que escribió José Agustín hace algunos lustros, bien merecería otros dos tomos tan solo con las historias negras de Tamaulipas, y tal vez si Rodolfo Usigli viviera tendría aquí motivos suficientes para reescribir El Gesticulador.
Todavía está vigente aquella expresión de Cesar Rubio, el profesor de historia que inventó Usigli, y que se hacía pasar por un difunto revolucionario, que perdida su identidad, en un desdoblamiento del personaje, afirmó sin recato alguno: “Es que no hay mentira… ya me he vuelto verdadero, cierto. ¿Entiendes? Ahora siento como si fuera otro”. Y en otro diálogo se justificaba: “Todos usan ideas que no son suyas”.