Nuestras primeras letras son: “mi mamá me mima” y desde ahí relacionamos el cuidado al cariño, después algunos imberbes de treinta llegan a presumir: “mi mamá si me quiere” porque siempre le prepara el lonche y quizás hasta le prepara la dieta vegana que ha de llevar al gimnasio, bajo esta lógica, le hemos dicho a un compañero: “en tu casa no te quieren” porque la esposa no le echa lonche.
Pero eso que llamas amor, es trabajo no pagado.
Muchas mujeres, hasta hoy, han sido educadas para servir en casa, el aseo, la comida, la atención a niños, ancianos y enfermos y la administración total del hogar, la compra de la despensa, el pago de la ayudante, la decisión sobre qué se come cada día y desde luego la carga del estudio de los infantes, con el mismo modelito, las niñas para servir, los varones para ser atendidos.
El enfoque femenino, determinado por el patriarcado, ayuda mucho a seguir con esta costumbre machista que propone que todo lo doméstico lo hagan ellas, tanto que cuando una mujer trabaja en una oficina, sea cual sea su función, asume que debe ser ella quien cortésmente prepare y sirva el café, organice convivencias y sea el sostén social para atender a esa “otra familia”.
La historia debe cambiar, la estamos cambiando al abordar estos temas que cada vez son más mediáticos y virales, recientemente un cantautor español que participó en la campaña de la eliminación de la violencia hacia las mujeres se confesó incómodo y con enojo narró que en su casa ellos se quedaban sentados, mientras la madre levantaba los platos, “joder, como era posible eso” exclama con un dejo de lamento. Ahora se promueven mensajes para que ellos se involucren más en las tareas del hogar, pero no es a modo de hacernos un favor, es una forma de ser adultos responsables de su cuidado y del entorno que les rodea.
El trabajo no remunerado que recae en las mujeres se ha incrementado con la pandemia, si antes soportaban la doble jornada, del trabajo y las labores familiares, con el confinamiento se les triplicó la carga y en una sociedad justa esto es ya inadmisible. De ahí la importancia de tirar los roles impuestos por género, no es invertir los papeles, es igualdad.
Sobre este tema, el INEGI nos cuenta que “en 2020, en promedio, las mujeres aportaron a su hogar el equivalente a 69 mil 128 pesos por su trabajo no remunerado en labores domesticas y de cuidados”.
En ese mismo año, “el valor económico de las labores domésticas y de cuidados realizadas por personas de 12 y más años tuvo un valor económico de 6.4 billones de pesos, lo cual equivales a 27.6 por ciento del PIB. Las mujeres contribuyeron un 73.3 por ciento de este monto y los hombres con 26.7, es decir, las mujeres aportaron 2,7 veces más valor económico que los hombres.
Basados en estándares internacionales, el INEGI ofrece las estadísticas del valor económico del trabajo no remunerado de los hogares y lo desglosa en rubros como la alimentación, limpieza y mantenimiento de la vivienda, limpieza y cuidado de la ropa y calzado, compras y administración del hogar, cuidados y apoyo, ayuda a otros hogares y trabajo voluntario. Y los resultados reflejan que hay mucho por hacer para resolver esa injusticia social.
Ahora cuando pregunten si una mamá trabaja ya no vale responder que no, que está en casa, debemos decir “si trabaja, mucho, pero no le pagan”. Y además de reconocer el problema hay que resolverlo y no lo hará el gobierno, es cosa de seres autónomos, responsables y solidarios.
POR GUADALUPE ESCOBEDO CONDE