Te despiertas y al abrir los ojos lo primero que haces es pensar. Tus ojos ya vieron un objeto en la breve recamara, pero el pensamiento ya emitió dos o tres cosas más, muchas cosas, sonidos, luces incandescentes, olores en forma de recuerdos y anhelos.
Es más, el cerebro ya emitió pensamientos que nada tienen que ver con el momento y te dispone a volver a dormir. Pero piensas y la responsabilidad te gana, así que te levantas o te levantan.
Lo primero que haces es pensar y el viaje sigue en el tranvía, aborda un barco y vuelve a la noche oscura en el mismo
silencio de los pensamientos. Entre buenos y malos pensamientos, críticos y absurdos, ves los zapatos viejos y piensas en las tortillas. En la hora que es. En el día de ayer.
Todo es presente y sin embargo te remites al pasado y el pensamiento recorre las viejas estaciones de la policía de una serie televisiva de la memoria, entonces ahí satisfaces las ausencias, las risas, las voces que te hagan falta, los crímenes impunes, los pequeños robos, los secretos más atroces, las risas más hipócritas, las pruebas superadas.
Todo es presente y sin embargo es futuro cuando dices que para eso trabajas. Llega el futuro en un cascarón de nueces. Nadie se forma, nadie firma esas actas.
Los objetos tienen la presencia del pasado disuelto en los resultados, en lo que pueden ver tus ojos. La paciencia no cuenta para lo que ahora ves de un vistazo. Nadie se esconde ahora donde horas antes muchos fueron descubiertos. Por eso el futuro es urgente y desesperado.
El presente es el pozo y uno que lo hace. Uno se esconde en el pozo que se hace. Uno mismo llama a quien lo descubre y no quiere descubrirlo por falta de presupuesto y de sueño. Un poco de realidad no les caería mal.
El presente es el espacio creativo del todo. Lo que no existe es entonces una ausencia bastante notable, bastante presente a la hora de que se toma lista. No estás y es todo.
Nadie te salva, nadie viaja al pasado de esa manera de ir a la tienda y comprar una pluma para acudir a firmar el día de ayer antes de que acabe, y de escribir este texto, antes de que lo termine y no me nombre. Nadie podría. Ni yo, que soy bien mentiroso.
Nadie tiene tiempo y todos lo tienen. Tampoco nadie lo ha visto, por lo tanto no existe. Nadie lo ha visto bostezar, estirar los brazos, tirarse uno de esos, en peligro lo saquen del cuarto como a muchos no como uno, muy respetuoso.
Todo el tiempo se habla del tiempo.
No hay manera de sustituirlo por uno día libre en calzones tirando en un deshollado cuarto de vidrios quebrados, por donde sale el humo.
El tiempo, ese loco azaroso de la existencia, que si te hablan contestas. Y a veces entre una multitud eres el elegido y te cae la única piedra que aventaron. Ahí estás, todos pueden confirmar que no eres pasado y que no vienes de una ilusión del futuro. Págame la cien varos que me debes.
El presente, ese único cachito de la realidad, es el último espacio para la creatividad. Es un reloj que mide el tiempo. El tiempo no existe, sólo medimos el pasado que se va de a poco, a cada gota de agua en la clepsidra, conforme avanza la sombra del hombre sobre la tierra.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA