Me hice cargo de esta piedra y desde hace rato la traigo en la mano; se ha vuelto un sueño la sensación de su peso en la noche. Me hice cargo de la piedra como me hice de la noche y del sol que sale.
De regular tamaño es una piedra común. La encontré en la orilla del asfalto donde escurre el agua con la lluvia. Nada hay más real que una piedra, cumple con todas las leyes de la Física que suele medirlas.
Debo estar loco, nadie tiene una piedra de mascota o la lleva por si las moscas y la aprieta como si la quisiera y tal vez la quiera. Uno recoge la piedra y la arroja en el mundo normal, pero no ocurre lo mismo con esta piedra. Se aferra a mi mano sin pegamento y ahi la traigo y la llevo por donde ando.
Si fuese una torta ya la hubiera comido sin remordimiento.
La piedra ha de ser nostalgia de río o de descalabrada. Imagino la cabeza escurriendo de sangre y alguien llorando y la piedra, implicada en el delito, en el suelo. Uno carga por eso un chipote imaginario al ver una piedra, una cicatriz en el techo, una aboyadura en la cabina del cuerpo.
La piedra en la caparazón no tiene abolladuras que cuenten su historia delictiva en la ciudad, ni en los sitio donde ha correteado la chuleta. Luce altiva e invicta si uno la mira. Sin embargo ha rodado hasta mi mano como un indefenso ser extraordinario. Cayó en las manos de un loco, como yo mismo caí cuando golpeó mi cabeza. Tal vez miento. Hace rato pensé que la había recogido.
Ahora que me he acostumbrado no entiendo por qué las personas no traen una, aunque habrá quien las use con fines pacíficos, para presumirlas. Con un costo excesivo no es un artefacto que pueda adquirir cualquier vecino, pero sigue siendo un artefacto en la superficie del cuerpo.
Durante la piedra hay un ligero esfuerzo que marca la diferencia con la otra mano que ahora se cree mucho. Siente el poder del objeto contundente y la aprieta cuando es un mensaje. La piedra inofensiva es sumisa desde donde uno la mire, pero uno la pervierte. El hombre le transforma y la promueve como la semilla que come.
Hay piedras debajo de las piedras. Encima una de otras, abajo de unas cheves hay piedras. Traigo una de esas anónimas. Ahora está justificado el hueco de la mano y sus huesos, la mano pudo ser un nido, sin embargo abierta conserva su vocación de arácnido.
Desde entonces hay piedras en los frijoles, piedras en los riñones y piedras en otra mano que no es la de uno y corres. Desde entonces las piedras persiguen al hombre y lo acompaña. Una piedra es también una escultura que cuando uno no la mira cobra vida. Entonces, como dije, una piedra podría entrar y después de un vidrio encontrar a su víctima, pero suele fallar, afortunadamente para nosotros ingenuos e inocentes.
Con todo vamos, las trituramos y de una roca hacemos réplicas. Lo que hacemos es una casa, una barda, algo que nos proteja de nosotros mismos más que de las agresivas piedras. Las piedras cambian su nombre según su misión en la vida, mas siguen siendo piedras como uno sigue teniendo el hueco donde las pone.
A veces he vuelto a la piedra histórica que vibra en el origen de mi memoria. Por ahora soy materia tierna y blanda de piedra, masa todavía en proceso de aprendizaje. Cuando se precisa endurezco mi cerviz, mi humo de existencia, y creo que soy un artefacto que deliberadamente hace estragos. Pero no es cierto.
La memoria colabora y conserva la piedra histórica de una tropezada, la repasa, renueva la posibilidad de caer y ser salvado de último momento.
Aprieto por última vez la piedra que traigo, me concentra ver el blanco enfrente y lanzo la piedra que desaparece en el aire antes de romper la botella que puse. En lugar de otra cosa.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA