Aunque el escenario de lucha política aparece en las urnas para la aprobación de reformas con mayorías garantizadas, la verdadera disputa se va a dar en la continuidad del proyecto económico de López Obrador para posicionar en las elecciones presidenciales la propuesta presidencial y la mayoría legislativa para gestionarla.
Detrás de los jaloneos políticos entre partidos y precandidatos se localiza la verdadera posibilidad desde definir proyectos. La contrarrevolución neoliberal de Carlos Salinas de Gortari se jugó su existencia en las sucesiones presidenciales de 1988 y 1994, porque una reforma de Estado no se hacía en un año sino que la pensó
para la continuidad de una élite a lo largo de tres sexenios: el de Miguel de la Madrid 1982-1988, el de Salinas de Gortari 1988- 1994, el de Colosio-Zedillo 1994-2000 y la posibilidad de Zedillo en el 2000.
En términos de autoproclamación de un cambio de régimen, el escenario sucesorio del presidente López Obrador rebasa la continuidad personal y el blindaje familiar
y se centra en la continuidad estricta del proyecto económico ante la alianza empresarios con el bloque PRI-PAN-PRD. En un análisis frío de la crisis sucesoria de 1994, Colosio pactó con el reformista Camacho Solís y el proyecto de continuidad neoliberal estuvo a punto de naufragar; la nominación de Zedillo como candidato sustituto fue por proyecto, no por inevitabilidad elitista.
La interpretación sucesoria real la aportó en 1958 el ensayista marxista José Revueltas en su ensayo México: una democracia bárbara (Obras Completas 16, editorial ERA), en el que revisó la sucesión presidencial de Adolfo Ruiz Cortines a favor de Adolfo López Mateos. En su texto de menos de cien cuartillas fijo con claridad que la disputa electoral en la élite no define el rumbo del país, porque la lucha del proyecto se daba en la estructura productiva.
En 1958 la oposición era incapaz de construir una alternancia –ya no se diga alternativa– al proyecto gubernamental; a diferencia de entonces, hoy existen condiciones para que la oposición pueda tener la mayoría legislativa y presidencial; sin embargo, Revueltas fue a fondo y afirmó qué “la única clase llamada a hacerle al Gobierno revolucionario una concurrencia política, es aquella que también viene a ser la única que puede hacerle la concurrencia económica a las clases poseyendo antes que el Gobierno y su partido de Estado representan (subrayados de Revueltas)”.
La propuesta del presidente López Obrador fue política en cuanto a alianza de clases populares y económica en términos de reconstrucción de la preponderancia del Estado. Sin embargo, su base social no ha construido clases no propietarias con fuerza para disputarle concurrencia económica a la alianza de la clase propietaria y depende de lealtades sostenidas por apoyos presupuestales.
Peor aún, el actual proyecto presidencial ha logrado, por la vía de la autoridad del Estado, conseguir de manera forzosa un poco de apoyo empresarial, pero sobre todo ha podido desmovilizar rebeliones financieras. Sin embargo, en el escenario de la sucesión presidencial, la clase empresarial logró el sometimiento de la extraña mezcla de partidos con presunciones de izquierda –el PRI y el PRD– y uno de derecha empresarial en un frente opositor neoliberal contra el modelo de Estado.
Se suponía que Morena iba a construirse como una estructura de clases sociales no propietarias alrededor del proyecto de reconstrucción de una economía pública y social, pero esa organización quedó en solo un movimiento de movimientos sociales desorganizados y sin capacidad de clase para confrontar a los empresarios en el sistema productivo, un modelo que hizo a su manera el PRM de Cárdenas y el PRI progresista a través de sus pilares corporativos de clases sociales organizadas en el seno de la lucha productiva de clases.
El proyecto neoliberal de Salinas liquidó a ese PRI y desensambló la capacidad de lucha productiva de empresarios, campesinos y clases medias.
En este contexto, la sucesión del 2024 requiere de un candidato que represente la continuidad absoluta del proyecto lopezobradorista, pero a condición de construir un verdadero partido político con organización de las clases productivas no propietarias.
POR CARLOS RAMÍREZ