Tengo algunos motivos para explicar por qué no nací en carro, como muchos. Eso de aferrarse a los automóviles les pasa a unos ya grandes, aunque hayan nacido como uno, en un pesebre a la orilla del río. Se creen mucho.
Hay personas que no se bajan del carro, menos si es un auto último modelo, y no hay poder en el mundo que los haga bajar y no
se cansan, los que duermen en la troca, y si la abandonan en la calle se levantan en la madrugada para ver si es verdadera y no se lo han volado.
Ahí esta el poderoso, con sus rines cromados para envidia de los vecinos.
Dicen que cuando naces en carro subes al carro y también al ladrillo y nadie te avisa que vas mareado. Y dices que traes carro porque llegas pronto a todas partes si es que llegas. Porque vas y ves a la morrita que te espera viendo su reloj de pulsera. Llegas en tu Lamborghini imaginario en que se convierte tu carro americano, emplacado para que no te hagan nada, e impactas al respetable.
Nadie es de esos, pero compras carro y de inmediato te proyectas bien gacho y dejas de hablarle en automático a los más pobretones del barrio.
Hasta que chocas, o no prende, o se apaga a mitad del semáforo. Y te bajas del Lamborghini.
Hay de todo entre los más avezados automovilistas incluidos los de closet. Racita que no van a la tienda sino es en coche. Mandan a alguien y nadie quiere ir de a grapa. Ya ve usted cómo son los muchachos.
Y precisamente por eso, porque no nací en carro tampoco me siento muy cachondo. Sé valorar el estoicismo de aquel que se resiste a caminar una cuadra por mas curiosidad que tenga.
Sabe que en el barrio todo se sabe. Y no recuerda la última vez que anduvo a pata. Ricos y pobres los hay que son fans de
estos pequeños monstruos de 4 llantas. Hay los que aprovechando la levedad del vehículo hicieron de él una cantina y eso es muy bonito, un pequeño hotelito de paso, o un refugio secreto. Hay quienes los coleccionan a según hayan sido: los grandes, los pequeños, los de lujo, deportivos, de carga, todo terreno, los más caros y los que son únicos.
De ahí en fuera hay coches a los que por extraña razón no les ladran los perros. Hay coches que andan en las últimas y son un milagro que anden por las calles. Pasa un carro nuevo y se le queda mirando.
Hay quienes tienen un solo carro en la vida y el carro los recuerda. Hay carros con una historia en una sola cuadra, hay calles sin historia porque no pasan carros. Hay carros en los cuadros que cuelgan de las paredes esa nostalgia.
También gracias a los carros hemos ido lejos y volvimos. Hay de los que no volvieron sino en otro armastoste y encontraron lo mismo. El hábito no hace al cafre.
La ciudad vista desde arriba se dividió entre los que van y quienes vienen, los que no más andan dando vueltas.
A ver. Un tiempo quise tener carro y lo tuve. Dejé de andar atrás de ellos o esquivandolos en la bicicleta para subirme a uno de ellos. Gracias a eso recuerdo la primera y turbia lección de manejo.
Al nacer en coche uno, a fuerza hubiera tenido que aprender a manejar desde el vientre. Y sin embargo habría quien no aprendiese. Sé manejar gracias a un chofer de trailer. Se subir y caer de un carro , por poco me atropella uno de ellos, pero yo en franca correspondencia no he atropellado a nadie. Ni Dios lo permita.
Soy de los pocos que no nacieron en carro y el mundo me mira como a un extranjero en el país del pavimento.
Me muevo entre los carros como un torero. Aquellos que nacieron en carro poco a poco se han evaporado, camino en solitario contando cuadras, si anduviera en un carro no podría contarlas. Iría muy recio en mi Lamborghini saludando a un público imaginario.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA