TAMAULIPAS.- Las palabras que digo son bajos helicópteros, yerba en el monte como el acero sorprendido que se ablanda a determinada hora de la vida. Sobre el café hay tazas rotas de antes y el futuro es aroma necesario en el viaje para recordar tantas cosas y continuar diciendo palabras sin anotarlas, sin detenerlas de una pedrada, en la panza de la nostalgia.
La palabra se llama palabra y es única, así como el nombre de una persona o el de una glorieta, el resto es el alma que pasa inapelable con su perro y su pedazo de hambre, con la noche en los pantalones, en las luces intermitentes de los carros.
El silencio habla, dice todo sin la intervención profana de uno o de muchos ciudadanos. Ante los incendios que se prenden sin un cerillo, hay que evidenciar las palabras, tañir con la voz el fuego frío para anunciar la ciudad apagada. Adentro de un texto la palabra lucha por su existencia.
La digo en silencio para que deje pasar los fantasmas en lo que bajo solo por mis tentáculos. Voy letra por letra para no equivocarme. La confesión es palabra oscura, sangre derramada de una cortadura de uñas. Decir la verdad pega un brinco y cae en una palabra espontánea.
Decir algo es un compromiso que nos acerca o nos aleja según el sentido de la calle y el fresco de la mañana, al terminar la fiesta en una feria con su teatro del pueblo y sus estrellas de naylon. La palabra nunca fue tan importante como ahora, la frase es una esclava no muy obediente de la palabra.
Se dice una cosa y tal como se esperaba se hace otra. Las letras contagiadas terminan su ciclo cuando se equivocan y son incineradas por el sistema. Decir algo que realmente exista es bajo nuestro riesgo, puede no ser cierto, aunque goce de credibilidad el objeto. Vengo de una guerra perdida en el alfabeto, pero yo encontré una moneda, no es cierto, no tengo un quinto pero me abro paso con mi bayoneta puntiaguda. He venido hasta aquí a decir todo en silencio.
En agua de licor enjuago la presencia de la noche de insomnio. Antes de callar y de que todo exista avanzo en la calle que lleva a otra calle donde hay pavimento. Ando en mi bicicleta. En el legado escrito a mano, hecho adrede, la ciudad es como el ruido de una taberna en las calles del 5 Hidalgo, es una rosa hermosa en un vaso desechable. En la página que escribo y leo, escribo: lo siento, qué haría sin este cuerpo de alertas y sueños, de letras y jeroglíficos que no entiendo.
Voy a describir la admósfera respirando, sabiendo mi existencia sin saber de las epidemias de una casa, sin saber del agua lánguida que seca en un charco en medio del planetario, donde el agua se fue a cubrir de la lluvia.
La palabras escuchan el lado oscuro por el blanco de los ojos. Por el monólogo del viento, moviendo los dedos, estallan en la ciudad los verbos llenos de ciudad y de huecos. Hay soledad escrita de un día para otro y de pronto el tren entre sueños ya no estaba ahí después de unos cuentos puntos suspensivos. Eran sólo buenos deseos de una ciudad aburrida un día cualquiera de agosto.
En una jaula del tiempo, un reloj de agua cae de los textos, moja los anticuerpos del virus, hace por ejemplo una metáfora: decir árbol es una casa llena de pájaros a la orilla de un lago, una inundación instantánea en el fovissste. La palabra dos veces dicha ya no es importante, hay que buscar otra.
El camino está empedrado y aullan lobos a la distancia. La noche asusta los objetos que desaparecen y no se vuelve a hablar de ellos. Vengo respirando letras desde la niñez, después canté y comencé a escribir al aire en la casa del arte. La palabra era algo y de pronto nada, acechanza bajo la cama, palabras en of que todos dijimos en un mundo oscuro, en una colonia donde terminan todas las soledades.
Entonces, solo entonces, ya cansada, la ciudad en sus edificios deshabitados comienza a guardar el silencio de sus palabras, busca un rincón lejos del agua, pero se queda dormida a mitad de la calle.
HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021