Cierra 2021 y Andrés Manuel López Obrador tiene razones para festejar, sus opositores básicamente no y los mexicanos… pues depende de qué lado se posicionen.
Más allá de la popularidad del Presidente en las encuestas, que tampoco es tan lejana a la que han tenido otros mandatarios, pero sí es notable dados los malos resultados de su gobierno, el tabasqueño termina el año como arrancó: dueño de la agenda política y firme en sus proyectos.
Acaso la única diferencia que trajo el año, no menor, pero para nada indicativa de un declive sin remedio, son las pugnas al interior del movimiento –Gertz vs. Nieto, vs. Scherer, vs…–, tener suelto a Monreal, los escarceos de una batalla de filtraciones entre CSP y MEC, etcétera.
Fue el año del cambio en la Secretaría de Gobernación, de una derrota en la capital de la República, pero que ya se vio que servirá de acicate para retomar ese bastión, y de la consolidación del poder presidencial en términos de gobernadores aliados y panorama halagüeño rumbo a los comicios de 2022.
¿Qué no le salió al Presidente este año? No pudo encargar a Arturo Zaldívar el control del Poder Judicial hasta 2024.
Y batallará un poco más en sacar –si realmente eso es lo que quiere– la reforma energética. Digo si eso es lo que quiere porque la triada de reformas constitucionales que recién anunció AMLO –incluidas la electoral y la de la Guardia Nacional– está destinada a ser esencialmente un instrumento para la batalla discursiva (Carlos Puig dixit first). Y aparte, para nada está cancelado que no las pueda aprobar con votos priistas.
En Palacio, entonces, los peregrinos andarán de buenas.
Mientras que en términos generales en la opinión pública adversa al Presidente, y en buena parte de la oposición, tres años después no entienden que su discurso maniqueo (pasado bueno/presente malo) en el que toda decisión presidencial la equiparan al peor escenario, es la mejor noticia para López Obrador.
El Presidente no es como les gustaría ni hace lo que a ellos les gustaría. No lo superan y desde esa postura recurren a desplantes que abonan a la polarización de la que tanto y tan bien abreva AMLO para su beneficio.
Basta ver cartones como los de Calderón en Reforma con motivo de los nombramientos de las nuevas jefas del Banco de México (hace unas semanas) y del INEGI (ayer). El primero era un derroche de machismo, el de ayer, de simplismo.
Reitero. El problema fundamental es que a esos sectores no les gusta que este Presidente haga lo que –perdón– todo presidente ha hecho: que ponga a personas en las que él cree o confía. Así que prácticamente cualquier cambio en Banxico o INEGI, es decir, no refrendar en el puesto a Alejandro Díaz de León o a Julio Santaella, respectivamente, iba a ser reprobado por tales voces.
Por supuesto que este mandatario se ha despachado algunos nombramientos realmente cuestionables. Pero es ahí donde hay una gran oportunidad para quienes se den el lujo de no solazarse desde el pedestal del dedo flamígero: no es lo mismo tener como funcionaria a Elizabeth García Vilchis, que mal lee infumables proclamas los miércoles en las mañaneras, que a la historiadora Graciela Márquez en el INEGI. Pretender que sí –como Calderón ayer– es flojera intelectual que fomenta prejuicios.
Al iniciar su año IV AMLO parece en caballo de hacienda, y los otros siguen sin aceptar que ganó, y que, por sus reduccionismos, en 2021 les siguió ganando.
POR SALVADOR CAMARENA