TAMAULIPAS.- Dentro de la gama de artistas tamaulipecos, se distingue el pintor José Zorrilla González, que originario de la Ciudad de México, sus raíces son victorenses, en lazos familiares entrañables con sus hijos.
Autodidacta, estudioso libre del arte, su formación como licenciado en derecho templo sus pinceles, en la ojiva de la búsqueda de documentos y la puntuación sobre folios, un encuentro casual con fichas y sellos, que confluyeron en una cultura estadística, visiones, compartidas en libros de cosas y costumbres alucinadas.
Por algún tiempo asistió a mi taller y fijo estas vivencias en conjunto con la obra de Engracia Martínez Canseco, La Yoya y Othón Castañeda, que posteriormente expresaron en una muestra titulada a “A 4 Grados”. Se distingue su trabajo por la detención del tiempo en obras de pequeña factura, en lo que el artista parece contemplar los seres y enseres desde una lupa donde albergó todas las cosas de su mundo.
Es una poética de las dimensiones infinitas de un cosmos metido en el fondo del mar en una botella, o el mensaje de las palomas en las caravanas del viento, el tórrido y enloquecido huracán que cuelga de los árboles.
Mundo de cosas imposibles, y situaciones de ensueño que lo atan a un surrealismo encantador, a un realismo mágico que aventura al artista observador de lo que lo rodea, como si fuera un mago que saca de sus mangas las palomas, los trenes, los aviones a volar. Un artista que poca veces encontramos en la gramilla del noreste mexicano.
Ahora su aventura visual se contrasta con sus experiencia de vivir en San Cristóbal, Chiapas y Querétaro, y sus andares por el mundo. Un artista al microscopio, como las figuras armonizadas de M-C Escher, la disciplina de su dibujo, tan puntual como si revisara un documento no oficial.
Me interesa observar su obra, en la medida de las pequeñas cosas que muchas veces escapan a nuestro ojo, las cosas diría, imposibles de mirar a simple vista, La práctica de un mudo en miniatura no es nuevo, es herencia milenaria, los libros, los archivos más antiguos lo consignan, en viñetas, alegorías, sellos y herrajes como extrema y justa expresión de un mundo de lo reducido, de lo táctil visual.
Conozco su trabajo y sus empeños y el regocijo al encuentro con esos seres microscopios que se esconden como Sifu bajo las hojas o aparecen siluetados por el sol y la luna entre sombras, en el vuelo silencioso de aviones de guerra que pasean por la cabeza del pintor.
Sencillamente, el artista es un recreador de sus andanzas, de sus paseos por el cosmos, de su hidratado placer de amar por entero a la vida. Pocos, tal vez el único que conozca en nuestro estado, en la obra de pequeños formatos de calidad y cantidad de elementos en un cuadro y la luminosidad e ilusión de sus retratos, fuera del contexto de lo artesanal.
Sus retratos son fijación de la angustia y el placer sexual. La alegría, la melancolía, la introspección, de un pintor que encuentra, y nos comparte su fascinación con las pequeñas cosas que están dentro de otras más pequeñas, casi perdidas al ojo convencional.
Artista peculiar de lo inédito, un pintor único, que retorna a los caminos de las miniaturas, de los pequeños formatos en un mundo donde lo grande se hace casa día más pequeño en los campos de la cibernética que esconde los secretos del presente que son envueltos en el futuro.
Es una celebración observar a este artista nuestro, que recorre un mundo inusual con una obra cuidadosa y rica de tonalidades, de contrastes de luz y sombra.
POR ALEJANDRO ROSALES LUGO
EXPRESO-LA RAZÓN