Nada hay más extraordinario que el voluminoso y contundente presente; aquí está frente a nosotros, sin menoscabo ni prejuicio; mostrando, enseñándo con su traje nuevo y su incertidumbre el viejo reloj de pulso.
Nos falta mucho para comprender ese instante efímero que es eterno. El presente. Nadie tampoco habrá visto el tiempo como para detenerlo y hacerle una pregunta:
– ¿Hola señor tiempo, por qué tanta prisa?
Y conversar con él acerca del clima y de los días nostálgicos. Pero el tiempo no existe. Existe el presente.
Con el propósito de vivir el hermoso presente salimos a la calle pensando en el mañana, en los que haremos para satisfacer las necesidades del cuerpo, del alma y del ego. Y sin embargo, ver el presente tal cual es, es una abstracción. Contemplar es el arte de la composición. Con el material observado, con los papeles regados o recogidos en un sesgo, uno ve la realidad abrazadora.
Luego el presente y realidad de cada cual se enfrascan en su debate cotidiano a la hora de lavar los platos.
Allí en el presente está el invisible camino a seguir, el ruido inaudible e inaudito al oído desprevenido. Se elige la música, y la sombra cubre un poco de tierra. Mientras, va desapareciendo el instante tal como lo conocemos.
Hace rato había gente, hoy huele de otra manera, ya no somos los mismos, la sombra corrió a protegerse en las paredes, se ha hecho tarde, la calle tiene otra piedra, es otra agua la del río que pasa infinitamente.
Tal vez somos pasado. Pero el futuro nos jala los cabellos y en esas andamos. Y sin embargo no podríamos quedarnos en el pasado para seguir viviendo. Estamos atrapados en la vaeronave del pensamiento que nos lleva lejos, pero volvemos para confundirnos entre la gente de la realidad que arrastra papeles.
La realidad sin parpadear es un recoveco oscuro a la orilla del drenaje urbano, de pronto un azul del cielo con una nube blanca consume un poco de espacio en los ojos y se observa de reojo el paso borroso de las personas por la calle del presente.
El aire se adelanta y llama la atención lo que arrastra como un tren desordenado de objetos extraños. El presente ha visto al hombre que se quedó a observar y le apresura.
Con las manos alguien mueve objetos y otros continúan la obra que no termina en el presente, es sólo un presentimiento, ganas de que algo exista realmente. Nadie fue al mañana, nadie viajó en el tiempo y volvió porque dejó los frijoles en la lumbre. Pudo ser una película antigua.
Sales y ahí está el presente que te golpea con su inesperado paisaje. Se siente cómo entra a la mente y va consumiendo el cuerpo. Cómo brincas al estribo de la ciudad sin darte cuenta.
El presente no se mueve. Es un cúmulo de tiempo, un resumen envejecido y nuevo. El presente es la firma del nuevo contrato, la hora de la hora, la fecha correcta, el último momento y el primero que hay en la vida. El presente es eso.
Entonces todo y nada puede pasar, el asertijo se despeja y surge otro. El presente ignora los acontecimientos pero los contiene, luego los olvida sin contemplaciones.
Lejos del presente, que es el paisaje del paraíso, crece el crepúsculo, el apergaminado elemento envejecido; y el tiempo que es el mismo le dice adiós cuando lo mira rodar, cuando desaparece, cuando nadie lo ha visto porque sucedió ayer o antier… qué va saber uno, oiga.
A lo mucho uno despierta asustado pensando si estará aún ahí el inefable presente, o en el peor de los casos deseándole con apremio. Y si, ahí está el presente esperando que alguna ocurrencia de nuestra parte lo cambie todo, como un regalo, un presente, al tiempo que va pasando.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara