TAMAULIPAS.- La iniciativa de la Ley Petrolera enviada a fines de 1924 por el Presidente Plutarco Elías Calles al Senado de la República para reglamentar el artículo 27 constitucional irritó enormemente al gobierno de los Estados Unidos.
El proyecto legal dejaría sin efecto los anticonstitucionales acuerdos de Bucareli firmados durante el régimen de Obregón y, si era aprobaba, afectaría seriamente los intereses norteamericanos en México, que Washington no estaba dispuesto a tolerar.
El tono del discurso utilizado por el Tío Sam hacia nuestro país cambio radicalmente. Las frases amistosas fueron sustituidas por términos ríspidos que en algunos casos llegaron al extremo de la amenaza y el insulto.
El 12 de junio de 1925 el Departamento de Estado de los EE. UU, por voz de Kellog lanzó una fuerte advertencia. “El gobierno continuará apoyando a México solamente mientras proteja las vidas y los intereses americanos y cumpla sus compromisos y obligaciones internacionales”.
La intimidación provocó una airada reacción del Presidente Calles, quien en vez de aprobar la iniciativa más moderada que exigían los estadounidenses, a última hora optó por la más drástica y las relaciones México-Estados Unidos hicieron crisis.
El gobierno del Presidente John Calvin Cooldige calificó la política mexicana de bolchevique y la posibilidad de una intervención militar dejó de ser simple retórica. Las compañías petroleras agraviadas por la modificación constitucional, le echaron leña a la hoguera y desafiaron al primer mandatario abriendo pozos sin permiso del gobierno que envió al ejército a cerrarlos.
La lucha por el poder en Nicaragua agravó la situación. Mientras que el gobierno Yanky apoyaba al régimen de Adolfo Díaz, México ayudó abiertamente al liberal Juan Bautista Sacasa, pero no solo de palabras sino con armas y municiones.
En 1926 los buques mexicanos “Tropical”, “Jalisco”, “Palomita” y otros enviados clandestinamente por el Presidente Calles para auxiliar al revolucionario nicaragüense sostuvieron varios combates con los americanos.
El desafío del sonorense constituía un acto imperdonable para Washington. La ruptura parecía un hecho y la intervención armada inminente. El Presidente Cooldige advirtió entonces en forma amenazadora que “al Soviet México le puede suceder lo mismo que a Nicaragua”.
En marzo de 1927 se habla de que varios barcos de guerra norteamericanos se acercaban a Tampico y el Presidente Calles ordenó al General Lázaro Cárdenas que dinamitara los pozos petroleros de la Huasteca en caso de invasión.
Ante la gravedad de los hechos, el gobierno mexicano demostró entonces una gran habilidad diplomática para ponerse fuera del alcance de los cañones estadounidenses. Defendió el derecho que asiste al gobierno que cada cual considere democrático y propone que el asunto sea llevado a los tribunales de La Haya, que logró una gran acogida en el Congreso Norteamericano.
Coincidencialmente, los servicios de inteligencia de México descubrieron en la embajada estadounidense documentos de un plan de intervención militar que exhibió a los gringos ante la opinión pública internacional.
El escandaloso incidente causó la baja del belicoso embajador James R. Sheffield y el que lo relevo en la representación diplomática, Dwight Whitney Morrow, recibió instrucciones de evitar una guerra con México, que la mayoría de los americanos rechazaba, empezando por el Congreso y los poderosos sectores económicos del país de las Barras y las Estrellas.
Con todos estos elementos en contra y la cercanía de la elección presidencial, el Presidente Cooldige canceló la idea de la invasión y Calles aprovecha la distensión para eliminar el carácter retroactivo y confiscatorio de la Ley Petrolera.
La crisis había sido superada.
Dadas las difíciles circunstancias que prevalecían en México durante el conflicto con Norteamérica, Calles logró, si no un triunfo ante el coloso del norte, al menos impidió la intervención armada y puso a salvo la dignidad nacional.
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