Esta es mi vida: como una mochila puedes doblarla, meterla en una bolsa, echarla en una caja, guardarla en un cajón, sacarla por las tardes, mojarla, secarla, volverla a mojar; está hecha de lluvias y de tierra, de modo que no le puede pasar nada cuando pase lo que tenga que pasar.
Como ciudadano, a quién ya le pasó todo y nada al mismo tiempo, lo más seguro es que le vuelva a pasar el número de las casas por sus ojos, las calles infinitas sin fondo, los miles de espejos, los ruidos estallando multicolores en los ojos llenos de imágenes.
Faltaba yo de entregar la vida e hice una larga fila. Llegado el momento volteé para todos lados y era el primero y el último, o pensándolo bien, no me había dado cuenta que siempre fui el único que deseaba darla.
De modo que me quité la camisa y fui a pelear contra muchos que también se quitaron la camisa. Pero una cosa es que quieras dar la vida y otra que te la arranquen a la fuerza.
Alguien pudo quitarme la vida, quitarla de encima de la tierra, limpiar las huellas que había pisado y las que pisaría, pero nunca fue fácil. Mi vida es un hilo delgado que eleva un papalote.
Sí. Así como lo escuchaste, quiero darte mi vida. No es que yo ya no la quiera sino es que dártela con todo y lo que eso significa. Si, esta vida que traigo en el cuerpo, en los microbuses y cuando escribo, con la que se hace y se deshace, la de mis dos pies de caminar despacio y correr, la de nacer y morir y a veces ni chance de un breve epitafio.
Así como lo escuchas, darte mi vida, regalártela y todavía preguntarte si la quieres, pues aunque es laica, no es obligatoria y por tanto no puedo forzarte de ninguna manera. Mas te ofrezco mi vida por si ocuparas, pues puedo andar ahí merodeando los parques, el Paseo Méndez, las pequeñas plazas, andar en donde vayas sin ser visto, puedo ayudarte a pensar, puedo ser, saber algo que no sabes, puedo solamente acompañarte cuando no tengas a nadie.
Sabes que te quiero dar la vida con todo y sangre de las heridas porque te sabes las historias. En la piel se va escribiendo el libro con todos los datos precisos. Allí donde no se borran los nombres te quiero dar mi vida, ahí donde puedes llevarme en tus ojos, en tus manos, en tus latidos.
Mi cabello que te entrego ha servido muchas veces de protector del viento, vigilante del humo del cigarro, delante de los ojos es un milagro, largo y lacio, como quien baja fumando del Santuario. Y darte mi piel y sus calles, mis cables, los dedos ovejeros, la lucha armada de los dientes entre las palabras antes de que las sepas.
Te entrego mi vida llena de carcajadas. De nubes gruesas de gruesos goterones en la espalda como pedradas corriendo en el estadio. Te entrego mis bulevares en la mirada del transporte urbano, llévatelos de una vez en los ojos, date una vuelta caminando bajo la lluvia.
Te parecerá extraño pero quiero darte los huesos que quedaron. Juntos para encender una hoguera. Falta la rótula de una rodilla, que se perdió en un partido de fútbol.
Quiero entregarte los mares de mi llanto que caigan de mis ojos hasta el suelo, quiero darte el suelo que piso descalzo y las piedras y las espinas. Y quiero darte mi cobija en diciembre, la luz apagada, el frío afuera en la música y las últimas palabras de la noche en las calles del centro.
Darte la vida así despacio a estas alturas de la vida de Ciudad pequeña, brindarte en la agonía de mis últimas palabras una palabra limpia como una calle pasada por la lluvia.
Quiero darte la lluvia pero en una sequía para que la ames, para que no quieras beberla de un trago, para que la guardes y tomes el vino que te consagre las tuberías.
Quiero darte mi vida de ciudad de escaleras y terrazas. Darte mi vida como a la ciudad porque faltan calles, y quiero darte mi mano en lo que caminamos y quiero mirar cómo te construyes, cómo se trepa por tus andamios. Y bastantes veces – sin importar que nos escuchen las paredes y los postes con los nombres de las calles- decir que nos necesitamos.
Llegado el momento esto es un incendio y te metes al fuego, yo que no soy bombero te doy mi vida incendiada. Y compañera… mi mano es una llama.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara